29 de agosto de 2024

Análisis

Particiones Clientelistas

Sudáfrica después de las elecciones de 2024

Durante las elecciones parteaguas de Sudáfrica en mayo el partido Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés) no logró mantener la mayoría absoluta por primera vez en la historia democrática del país. Su caída de diecisiete puntos porcentuales desde la elección de hace cinco años resultó en que obtuviera solo el 40,18 % de los votos. La oposición del partido gobernante celebró el cambio repentino del sentir popular. El “dividendo de liberación” del ANC—el apoyo incondicional que se le ha concedido en agradecimiento por su papel en el logro de la democracia—parecía haber caducado. El ANC se estaba convirtiendo en un partido común y corriente, en un país común y corriente. 

El declive precipitado de la suerte electoral del ANC no puede entenderse sin analizar más a fondo las dinámicas electorales en Sudáfrica, entre las que destaca el surgimiento del partido disidente Lanza de la Nación (MK) [uMkhonto weSizwe] que fundó el ex presidente del ANC, Jacob Zuma, apenas seis meses antes de las elecciones. El MK obtuvo el 14,58 % del voto total, en su mayoría de la provincia natal de Zuma, KwaZulu Natal (KZN). Otro recién llegado, el Alianza Patriótica (PA), redujo considerablemente el porcentaje de votos del ANC en distritos con mayoría de personas de color, sobre todo en las provincias de Cabo Occidental y Norte. El porcentaje promedio de votos del ANC cayó 6,3 puntos porcentuales en los distritos electorales sin partidos recién llegados que atentaron contra él. Es decir, una pérdida mayor que la de la última elección, pero tampoco un terremoto. Aún así el partido consiguió una mayoría cómoda en estos distritos. En cambio en las zonas donde hubo una fuerte presencia de los partidos recién llegados el apoyo del ANC se desplomó del 57,3 al 29,5%.

Las cifras anteriores sugieren algo elemental pero importante: lo que ha definido a la política electoral sudafricana es la falta de oferta. Las tendencias de cambio de comportamiento electoral a paso tortuga que hemos visto en la última década no se explican únicamente con la inquebrantable lealtad al ANC. Más bien, tienen mucho que ver con la ausencia crónica de una oposición confiable. Para algunos segmentos del electorado en particular, esta dinámica cambió en mayo. Cada vez que la presencia de los partidos recién llegados cobró fuerza, el lento alejamiento del ANC se convirtió rápidamente en un deslave. Pero la mayoría de las personas votantes seguían desmotivadas: solo el 58 % de votantes en el registro acudió a las urnas, frente al 66 % en 2019, lo que representa menos del 40 % de la población con capacidad electoral. Los retrocesos del ANC y los avances irregulares de sus oponentes están produciendo una fragmentación del terreno electoral que podría instalarse por algún tiempo. 

Dominio desorientador

El poder del ANC es en parte el lugar de origen de la debilidad en la oposición; es decir:  la ineficacia de los partidos de oposición se debe al nivel de poder que el ANC ha gozado. El dominio absoluto del ANC sobre el electorado desde finales del Apartheid favoreció la limitación del espacio disponible para sus oponentes; orillándolos hacia estrategias de nicho centradas en movilizar a segmentos particulares del electorado, en lugar de construir plataformas de interés amplio. El caso más evidente es el de Alianza Democrática (DA), que surgió del Partido Demócrata (DP), la principal oposición liberal en el antiguo parlamento sudafricano. Tachado de traidor racial por el Partido Nacional (NP) gobernante, el DP recibió un apoyo modesto hasta las primeras elecciones democráticas del país, en las que obtuvo solo el 1,73 % de los votos. Pero maniobró hábilmente el inicio del periodo de transición al absorber votantes anteriores del NP cuando dicho partido colapsó bajo el peso de sus asociaciones históricas con el Apartheid y sus vínculos modernos con el ANC (con quien había formado un Gobierno de Unidad Nacional). El DA también logró grandes avances en las comunidades indias y de personas de color en esta época, posicionándose como defensor de los intereses de las minorías frente a la noción de transformación del ANC cada vez más enfocada en centrar a la población de raza negra.

Impulsado por su rápido ascenso, pero tras haber agotado su crecimiento enfocado en las minorías, el DA cambió de estrategia a mediados de los años 2000. En un intento por despertar el interés de votantes de raza negra, suavizó su oposición a la acción afirmativa, incorporó posturas bienestaristas a su plataforma económica e inició un intenso cortejo de líderes de raza negra. El ascenso de Mmusi Maimane al mando en 2014 representó el apogeo de esta estrategia, la cual resultó en ganancias reales en 2016, cuando el partido logró su máximo de 26,9 % en las elecciones locales. Pero a partir de entonces se produjo un declive con la deserción de votantes de raza blanca hacia la derecha y el regreso de votantes centristas de raza negra al ANC tras la destitución de Zuma. En las elecciones nacionales de 2019, el DA obtuvo solo el 20,77 %. El lento giro del partido hacia la centroizquierda se deshizo a una velocidad vertiginosa. Hubo líderes de raza negra, de alto perfil, que se vieron obligados a dejar sus puestos y la mayoría optó por abandonar el partido, incluido el propio Maimane. Logró predominar una facción de neoliberalismo virulento con daltonismo racial dirigida por John Steenhuisen.

Este resultado se debió a varios factores. En primer lugar, la genuina preocupación de que el DA estuviera perdiendo el apoyo de su electorado principal: votantes de raza blanca. En segundo lugar, el hecho de que ciertas figuras clave repensaran su postura en cuanto a las problemáticas raciales de forma repentina, al ser absorbidas por el vórtice del discurso político de las batallas culturales que emanaba de Estados Unidos. En tercer lugar, y quizás el más importante, fue el rechazo interno de las funcionarias y funcionarios de raza blanca del partido que vieron cómo el poder se les escapaba de las manos a medida que líderes más jóvenes de raza negra ascendían rápidamente entre sus filas. 

Pero la fuerza de la reacción de la derecha se habría visto seriamente mermada si el programa Maimane hubiese ganado verdadero terreno. Si hubiera logrado y sostenido grandes avances respecto al electorado de raza negra, podría haber cambiado la complexión racial del partido, estabilizado su control del poder y atraído una mayor coalición de actores menos ideológicos, particularmente en la industria privada, donde existía el interés de fomentar una alternativa viable al ANC. Fue la aritmética electoral poco prometedora, por así decirlo, la que hizo mucho más fácil que los elementos revanchistas convencieran al DA de asumir su papel de oposición profesionalizada e ideológicamente pura. 

En cuanto al Luchadores por la Libertad Económica (EFF), es más difícil determinar la importancia estratégica que tuvo el panorama de partido único, porque su inclinación, y la de su líder vitalicio inseparable, siempre ha sido de carácter más ideológico. Julius Malema fundó el EFF en 2013, varios años después de su expulsión del ANC. Malema, ex líder de la Liga Juvenil del ANC, intentó forjar su nuevo partido con el molde histórico de dicha organización, a la cual se le percibía tradicionalmente como la conciencia radical del movimiento del congreso. A la luz de su preferencia constante por la grandilocuencia revolucionaria, no está del todo claro si el EFF habría intentado crear una imagen con más atractivo electoral en sus inicios, incluso si hubiese existido un camino más abierto. Dicho esto, la trayectoria de Malema no es por mucho una de principios inquebrantables. Asediado por escándalos de corrupción y la desconfianza profunda de votantes centristas, su identidad de marca política actual parece precipitarse hacia su límite. El porcentaje de votos para el EFF se ha mantenido estable en general durante ocho años; aunque esto oculta cantidades masivas de relevos entre sus simpatizantes individuales, lo cual sugiere que muchas personas ven al partido como herramienta para un voto de protesta en lugar de una alternativa viable. Además, su nicho elegido ahora tiene más contrincantes tras el surgimiento repentino de MK: la mayoría de las pérdidas del EFF en las últimas elecciones fueron en KZN (ver la primera figura, segundo recuadro). Si bien es difícil imaginarse al partido apelando extensamente por una postura centrista, sí podríamos empezar a ver cómo el pragmatismo electoral suaviza ciertos aspectos de su radicalismo.

En este caso la señal será su actuar respecto a la inmigración. A nivel discurso, el propio Malema se ha mantenido bastante firme en su compromiso con un panafricanismo inclusivo, postura cada vez más costosa a medida que se calcifican las actitudes xenófobas del público general. Sin embargo, la verdad es que en este tema el partido siempre ha hablado desde la izquierda y actuado un poco más hacia la derecha, defendiendo en voz alta a los inmigrantes desde el podio y permitiéndoles a las ramas locales experimentar con políticas xenófobas. Una mayor correspondencia de su discurso con sus acciones podría indicar un cambio más significativo en su dirección estratégica. 

El dominio incuestionable del ANC no solo ha servido para desorientar a contendientes actuales, sino también a los posibles. La confusión estratégica que genera el control del ANC sobre la sociedad civil es clave para explicar por qué en varias décadas de vibrante activismo comunitario, y en las calles, no se ha consolidado ninguna alternativa política. Quienes impulsan el activismo radical fuera del ANC se han enfrentado a un dilema persistente: las culturas de protesta firmemente asentadas engendran vastos recursos para la movilización, pero la tenaz lealtad a la tradición del congreso ha frustrado los esfuerzos por cohesionar la organización. Esto ha fomentado una tendencia movimientista profundamente arraigada dentro de la llamada “izquierda independiente” que ha tendido a desdeñar la política electoral y partidista en favor de una fe permanente en la acción política espontánea. El hecho es que en más de dos décadas, los únicos nuevos partidos de oposición importantes provienen del seno del ANC. 

Fisuras complejas

Los errores estratégicos no pueden explicar por completo la debilidad de la oposición. Los contrincantes del ANC se han visto obligados a navegar por un terreno político complejo que no ofrece fórmulas fáciles para formar coaliciones mayoritarias. Al sistema político sudafricano lo dividen profundas fisuras transversales que han estado semiocultas bajo la “gran parroquia” del ANC y están saliendo a la luz a medida que este último retrocede.

La identidad racial ha sido de singular importancia durante la mayor parte del periodo democrático: era común entre especialistas en ciencia política referirse a las elecciones sudafricanas como un “censo racial” en el que casi la totalidad de las personas de raza negra votaban por el ANC. La identidad racial sigue siendo uno de los mayores pronosticadores del comportamiento electoral individual. A quienes apoyan al DA les gusta argumentar que el partido es posracial, señalando que es el partido principal más diverso, lo cual es cierto en un sentido estrictamente estadístico. Aproximadamente un tercio de sus votantes son de raza negra, lo que podría considerarse un logro si no fuera por el hecho de que el 81,4 % de la población del país es negra. El DA es una organización importante, establecida, con alcance y perfil nacional, con antecedentes de gobernanza (relativamente limpios) y recursos masivos gracias a sus vínculos con la comunidad empresarial y la élite blanca. A pesar de ello, capta menos del siete por ciento de los votos en los distritos electorales de población mayoritaria negra: cifra que se ha mantenido estable por diez años, lo que difícilmente evidencia que el partido esté logrando trascender la línea divisoria del color.

El sexto partido más grande de Sudáfrica después de las elecciones de mayo, la Alianza Patriótica, es racialmente exclusivista. Formado en 2013 por Gayton McKenzie, un ex ladrón de bancos convertido en orador motivacional, el partido solo obtuvo 6.660 votos en 2019. En los cinco años transcurridos desde entonces, aprovechó una ola de sentimiento nacionalista en la comunidad de color. También atrajo a votantes con posturas conservadoras, anti inmigrantes y de mano dura contra el crimen.

Hasta el 2024, el papel de la etnicidad en las elecciones de Sudáfrica no había sido particularmente importante. En los primeros años de transición, una gran proporción del electorado en la provincia de mayoría zulú, KwaZulu Natal (KZN), apoyó al Partido de la Libertad Inkatha (IFP) que es tradicionalista; pero cuando Zuma llegó al poder, su apoyo migró poco a poco hacia el ANC. El ANC sufrió una ola de deserciones en la provincia KZN después de que Zuma perdiera su puesto en 2017 y una gran parte de quienes lo abandonaron regresaron al IFP o al EFF. En mayo el partido de Zuma, MK, se hizo de muchos de estos votos, al obtener el 45 % del voto en la localidad, a pesar de haberse formado solo seis meses antes. El partido avivó agravios sociales y económicos arraigados en la provincia más afectada por las crisis sociales y ecológicas del país. Pero también planteó demandas tradicionalistas, como el llamado a crear una tercera cámara del parlamento compuesta por líderes tradicionales. La sorprendente victoria del MK en KZN se logró convenciendo a grandes sectores del ANC de que se unieran a su bandera. Ramas enteras del partido migraron al MK, pero a menudo en secreto, y continuaron aprovechando los recursos del partido gobernante mientras hacían campaña a favor de sus oponentes. 

Este resultado solo fue posible porque el atractivo masivo de Zuma y su enorme influencia entre los señoríos locales perduraban en KZN. Esa sólida imagen, a pesar de su desempeño como líder en las cuantiosas crisis que asaltaron a la provincia, no sería concebible sin tomar en cuenta su habilidad de ocupar el lugar de abanderado del nacionalismo zulú renaciente. Fuera de KZN, Zuma es una de las figuras políticas más detestadas del país. Sin embargo, el apoyo para el partido también fue sustancial en Gauteng y Mpulmalanga. Hay analistas que interpretan esto como evidencia del atractivo más universal del partido, pero una mirada más cercana muestra que sus avances en esas provincias se aproximan mucho al tamaño de la población de habla zulú. En las partes del país donde la cantidad de hablantes de zulú es marginal, el partido tuvo poco repunte.

Si la identidad étnica estaba destinada a volverse central en la política sudafricana, el KZN siempre iba a ser el lugar donde tal fenómeno surgiría. Por razones históricas la conciencia étnica y la organización en torno a ella están mucho más labradas allí que en otras partes del país. Aunque hay pocas señales de este giro, existe cierto riesgo de que la aparición en la escena nacional de una fuerte facción zulú motive la movilización en otras zonas en torno a la etnicidad.  

En el campo, los partidos rivales del ANC enfrentan serios dilemas. La gran mayoría de la población rural vive bajo el mando de autoridades tradicionales, que anteriormente fueron instrumentos coloniales de gobierno indirecto. Hoy son un grupo levemente heterogéneo: algunos respetan ciertos principios de democracia consultiva, mientras que la mayoría se mantiene firme dentro del molde colonial de autoridad patriarcal concentrada. Por la razón que fuese, las autoridades tradicionales han conservado mucho mayor legitimidad que otras esferas de gobierno. Debido a que facilitan el acceso a los derechos mineros y acarrean a sus “súbditos” en las urnas electorales, se han convertido en engranajes importantes en la maquinaria de patrocinio del ANC al ayudar al partido gobernante a asegurar su control sobre la población rural a cambio de una parte de las rentas minerales y legislación beneficiosa. Excluyendo al KZN, el apoyo del ANC en 2024 se mantuvo mucho mejor en las zonas tradicionalistas que en otras partes del país, donde sufrió la mitad de la tasa de disminución que le afectó en los entornos urbanos.

Políticas clientelistas

Lo anterior nos lleva a la última fisura en Sudáfrica, y la más importante: la división debido a los vastos sistemas de clientelismo que pueblan el Estado controlado por el ANC. Podría parecer extraño hablar del clientelismo como una “fisura”, término que se refiere a divisiones profundas y duraderas en la población general. Pero, de hecho, ésta es la naturaleza exacta del conflicto que generó la práctica arraigada de competencia por rentas, la cual se ha vuelto un aspecto característico de la economía política post Apartheid. Tal como ha argumentado Karl von Holdt, la competencia por rentas en la Sudáfrica moderna es más que una empresa criminal circunscrita: comprende un “sistema político-económico informal” que se ha convertido en el vehículo principal de creación de clase para una élite negra aspirante.

Dicha economía informal en muchos sentidos es la descendiente directa de la economía formal neoliberal que el ANC construyó durante los últimos treinta años. La economía formal restableció el dominio de un conjunto cada vez más globalizado de grandes corporaciones, ocasionando así daños enormes a la productividad y a los motores generadores de divisas. Mientras que un grupo pequeño pero influyente de élites negras consiguió su entrada en los nuevos terrenos globalizados de la economía mediante políticas de empoderamiento económico para la población negra, las aspiraciones de la fracción de clase más amplia a la que pertenecían las empresas negras emergentes se vieron frustradas por una perspectiva de crecimiento escaso y por la desindustrialización prematura. Sus aspiraciones, entonces, fueron cada vez más desplazadas de la economía privada al Estado. 

A nivel popular se dio un proceso similar cuando el mercado laboral agarrotado no logró absorber los gigantescos excedentes de mano de obra que antes contenía el sistema de bantustanes. El desempleo masivo y la dependencia del Estado se hicieron aspectos característicos del nuevo régimen. De este modo se ejercieron enormes presiones “del lado de la demanda” directamente sobre el nuevo Estado controlado por el ANC en favor del clientelismo y las rentas. Del “lado de la oferta” la politización del servicio público por parte del ANC y su intento de proyectar el control del partido sobre todos los niveles del gobierno creó las condiciones para la rápida expansión de la economía informal. Nació entonces un «Estado del contrato”, definido por gastos de procuración inflados, de la mano y entrelazado con el capital generado por el “tenderpreneuring”. El empleo público se convirtió en un enorme motor de avance social para las personas sudafricanas negras.

Los mecanismos de clientelismo fueron la base social de la presidencia de Zuma. Al alcanzar el poder en 2007, gracias a una amplia coalición en la que los sindicatos tuvieron un papel prominente, no tardó en descartar los tablones izquierdistas que sostuvieron su plataforma y en amplificar el mensaje tradicionalista que resonaba más en las zonas rurales remotas que apoyan al partido, y donde el clientelismo está más arraigado. Su administración supervisó un aumento gigantesco en la competencia por rentas y el crecimiento del empleo en el sector público. Pero también se instaló de manera personal en el centro del mayor nexo de corrupción del Estado, que giraba en torno a los infames hermanos Gupta, una familia de empresarios indios que había forjado estrechas relaciones con los peces gordos del ANC desde los años noventa. 

El nexo Zuma-Gupta operaba según un modelo expansionista en el que las rentas se reinvertían en gran medida para acumular capital y acceso político. Creció rápidamente, a medida que la influencia de los Gupta se extendía sobre una extraordinaria variedad de instituciones públicas y se establecía en el nivel ejecutivo del poder, donde llegó incluso a convocar, nombrar y despedir a cabezas de los ministerios del gabinete, desde su plantel en Johannesburgo. Pronto la máquina Gupta chocó contra los límites impuestos por los focos de autoridad regulatoria aún intacta en el Estado, particularmente en el Tesoro Nacional que habían retenido una extensa supervisión de las adquisiciones y la inteligencia financiera. La “lógica” de la economía informal, como sostiene von Holdt, requería la captura de estas agencias. 

En diciembre de 2015, Zuma anunció una reorganización sorpresa del gabinete en la que un diputado poco conocido, Des van Rooyen, quedó como nuevo Ministro de Finanzas. El acto provocó una oposición colosal de grandes empresas, particularmente del sector bancario, que prometieron una vorágine financiera si se mantenía el nombramiento. Van Rooyen fue destituido tres días después y se reintegró al gabinete un candidato favorable a las empresas. Ese incidente las puso en pie de guerra y dio inicio a una fase de movilización asertiva contra Zuma. Como parte de una campaña de relaciones públicas, orquestada por la infame agencia de marketing Bell Pottinger, los Gupta y sus aliados empezaron a presentarse como los protagonistas de una visión de “transformación económica radical” (RET) obstaculizada por el llamado “capital del monopolio blanco”, que en la práctica era la cooptación del Estado y corrupción a gran escala.

Así, la relación simbiótica entre la economía informal y la formal evolucionó rápidamente hacia una relación contradictoria. Bajo Zuma los sistemas de clientelismo, que ayudaron a estabilizar el camino inicial de la reforma neoliberal al apuntalar la legitimidad del ANC, comenzaron a debilitar las condiciones para la acumulación corporativa de manera crítica. La depredación más intensa durante la administración de Zuma estuvo dirigida a las empresas estatales (SOEs), como los sectores de logística y electricidad. Hay análisis recientes donde se demuestra que lo que produjo la “década perdida” de crecimiento durante los años de Zuma en el poder fue, más que nada, el colapso de dichos sectores. Al querer tener en la mira a la tesorería, la facción pro RET amenazó el pilar institucional de la economía neoliberal con prudencia fiscal, e hizo real una confrontación total con el gran capital.

Por lo tanto, la división entre economía informal y formal es, ante todo, una fisura dentro de la esfera de la élite. Aunque en general estas delimitaciones no son tan claras en la práctica, enfrentan a grandes empresas de capital históricamente blanco, pero que ahora realmente es mixto, contra la fracción del capital generado por el “tenderpreneuring”. Pero las grietas que delinea son mucho más profundas. El clientelismo en Sudáfrica siempre ha tenido un carácter social. Grandes grupos electorales se incorporan directamente a los circuitos de la economía informal a través de la politización del empleo público, la prestación de asistencia social y las prácticas del mecanismo clientelista a nivel de las ramas gubernamentales. 

Más allá de lo anterior, las fuerzas del RET han acumulado una base social más amplia al enmarcar su proyecto como respuesta a una cuestión nacional no resuelta. Los intereses convergentes dentro de la economía informal y la persistente incapacidad de la economía formal para ofrecer vías de transformación han dado coherencia y tracción social al RET. En este sentido, von Holdt tiene razón al hablar de procesos de “formación de clases” que se incuban dentro del sistema de clientelismo. Hasta cierto punto, estas divisiones están correlacionadas con la situación de desempleo, que es el indicador principal de la inclusión en la economía formal. Según algunas encuestas, es un tanto más probable que quienes apoyan a partidos populistas formen parte de las crecientes filas del desempleo. Esto también le da a los partidos una apariencia más juvenil.    

Por otra parte, el resultado de la “transformación económica radical” que opera en la realidad ha sido la erosión catastrófica de la capacidad del Estado, lo que le ha generado muchos enemigos al RET. El colapso de la prestación de servicios básicos, provocado por el fracaso de los servicios públicos y de la administración local, ha sido atroz para millones de personas sudafricanas comunes y corrientes. La economía se contrajo constantemente a nivel per cápita durante la década perdida de Zuma y el desempleo alcanzó niveles monumentales. El tema de la corrupción pone rojos de ira a muchos sectores de la población. Fuera de KZN, Zuma no pudo eludir que se le culpara de esto y dejó el cargo con un índice de aprobación de apenas veinte puntos. Otras figuras de la RET, como Julius Malema del EFF, se enfrentaron a un desdén similar fuera de su devota base de apoyo. Cyril Ramaphosa del ANC asumió el cargo con un índice de aprobación de más de 70 puntos como el candidato “al rescate”. 

La era de la fragmentación

La era de dominio del ANC está llegando a su fin. Sin embargo, gracias a la debilidad histórica de la oposición, la compleja estructura de fisuras del electorado y un sistema de representación proporcional con barreras bajas, el ANC no le está cediendo el paso a ningún partido nuevo sino a un campo político fragmentado. El 29 de mayo se produjo una legislatura fragmentada: el ANC obtuvo 159 puestos parlamentarios; tres partidos de oposición medianos obtuvieron 184 en conjunto; dos grupos de oposición más pequeños reclamaron veintiséis de forma conjunta, y los treinta y un puestos restantes se dividieron entre micro partidos. Este panorama traerá serios desafíos a la gobernanza en una sociedad profundamente dividida, sin antecedentes de políticas de coalición a nivel nacional o provincial. Las recientes turbulencias en el ámbito de los gobiernos locales, donde las coaliciones son una realidad generalizada desde hace algunos años, ofrecen un adelanto preocupante de los problemas que se avecinan. 

No obstante, la fragmentación puede ser la razón principal por la que Sudáfrica no se ha visto arrastrada por la ola global de autoritarismo populista. Si Dani Rodrik tiene razón al atribuirle una réplica a la globalización a la marea populista, entonces Sudáfrica debería haber sido de los primeros países en sufrir un “retroceso” democrático. En las últimas décadas, el país ha tenido importantes conmociones en relación al comercio y la inmigración, lo cual agravó una ya aguda crisis de desempleo y alta criminalidad. Sin embargo, aunque las filas populistas (MK y EFF) han aumentado, hasta ahora no han mostrado ningún potencial para alcanzar el nivel de apoyo mayoritario que ha facilitado la erosión democrática en otros países.

No deberíamos permitir que esto sea motivo de más discurso sobre el excepcionalismo sudafricano. Si bien es cierto que el legado de la liberación le otorgó cierta tenacidad a sus instituciones democráticas, sobre todo mediante la fuerte tendencia constitucionalista en la tradición del Congreso, también es un hecho que el sentimiento popular ha dado un giro más nativista y autoritario en los últimos años, a la par de la marea populista a nivel mundial. Un motivo clave por el que no se ha producido el mismo tipo de resultado electoral es que las sacudidas de la globalización, en lugar de producir sus propias divisiones, se han refractado a través de la estructura de división poscolonial, que sigue siendo la dominante. En consecuencia, las variantes locales del populismo no pueden compararse con las del exterior: son en gran medida sui generis. El EFF y el MK, los dos principales partidos populistas, surgieron dentro del partido gobernante. No son movimientos externos y su gramática moral es de transformación, no de lucha contra la corrupción. Sus energías vitales derivan del patrimonialismo de las élites más que del chauvinismo de la clase media. 

A nivel fundamental, sus configuraciones de clase son muy distintas a las de otros populistas del Sur global, sobre todo porque están atrapados en un profundo antagonismo con el gran capital. Ello les traza un camino mucho más difícil hacia el poder, pero también los hace más peligrosos. Su ruptura irreconciliable con la clase inversora significa que no tienen medios para elaborar un programa económico viable. A su vez, eso significa que para gobernar tendrán que moderarse drásticamente y formar una coalición más amplia—o tendrán que usurpar la prerrogativa de inversión de sus antagonistas. La segunda ruta implica un conflicto directo con la propiedad y con la democracia, no la lenta restricción de la libertad política que ha sido el modus operandi de la mayoría de los autoritarios modernos.    

Agrupar al EFF y al MK podría considerarse analíticamente cuestionable cuando son tan divergentes en lo ideológico. El EFF se describe a sí mismo como fanoniano-marxista y recurre en gran medida al caché de la izquierda (menos los aspectos democráticos) en sus manifiestos, que denuncian la explotación, demandan un desarrollo dirigido por el Estado y abrazan el panafricanismo. El MK también se autodenomina partido de izquierda, aunque no se esfuerza de ningún modo parecido por actuar en concordancia con esa etiqueta. Su mensaje es descaradamente chauvinista, misógino e incluso feudal. Sin embargo, ambos se encuentran en una alianza cada vez más estrecha, ahora oficializada en el “Grupo Progresista” parlamentario, que también comprende una serie de partidos nacionalistas más pequeños y aparentemente de izquierda. Ciertas figuras clave asociadas con el proyecto de Zuma, como la desacreditada ex Protectora Pública, Busisiwe Mkhwebane, se han unido a los escaños parlamentarios del EFF. La convergencia de EFF y MK demuestra más claramente las formas en que la división informal-formal se ha convertido en la principal contradicción en la formación social sudafricana, quizás no a nivel de la atención popular, pero sí por el lugar central que ocupa en el conflicto político organizado. Lo que une a estos partidos es un compromiso común con la corrupción, racionalizado como reparación histórica. 

Aunque su organización está fragmentada, el campo político se está dividiendo cada vez más en dos grandes territorios hostiles: el liberal por un lado y el cleptocrático por el otro. Lo que complica esta bifurcación, por lo demás clara, es el ANC, que abarca tanto el liberalismo como la cleptocracia. Su facción gobernante bajo Ramaphosa se asienta firmemente en el territorio liberal y tiene fuertes vínculos con la burguesía corporativa. No existe una facción de la RET abiertamente organizada en el ANC, aunque sus principales figuras intermediarias de poder, como su presidente y vicepresidente, mantienen vínculos en el terreno cleptocrático. Se dice que prefieren una alianza con el EFF tras el resultado de mayo. La rama del ANC en Gauteng, donde el vicepresidente tiene su base, ha rechazado el mandato de la organización nacional de buscar cogobernanza con el DA.

En términos más generales, el partido en su conjunto sigue completamente atrapado en los circuitos de la economía informal. Esto no significa necesariamente que una mayoría esté a favor de un retorno al modelo de gobernanza de Zuma. Es probable que exista una importante facción “moderada” que quiera mantener el flujo de rentas pero mitigar su antagonismo con la economía formal y evitar las consecuencias electorales de la regresión a la cooptación del Estado. A nivel de base y dentro de la izquierda del partido, la agenda de rescate de Ramaphosa probablemente siga siendo popular. Su popularidad entre el electorado, que a pesar de algunos reveses sigue siendo mucho mayor que la del propio ANC, sigue siendo su principal ventaja dentro de estos conflictos faccionales.  

Fracturas futuras

De ahí que el ANC estuviera profundamente dividido sobre la cuestión de la coalición tras el resultado del 29 de mayo. Hubo voces retumbantes que denunciaron un posible acuerdo con el DA como si equivaliera a negociar un trato con el Apartheid. Otros predicaron la ruina del ANC si se reincorpora la RET. Ramaphosa, siendo un negociador consumado, navegó hábilmente estas aguas turbulentas y logró su mayor preferencia mediante una consolidación del terreno liberal; el llamado Gobierno de Unidad Nacional es en la práctica un acuerdo entre el ANC, el DA y el IFP. Ninguno de los otros micro partidos tiene la cantidad de puestos parlamentarios que les permitan marcar la diferencia. Si el Gobierno de Unidad Nacional es en muchos sentidos un logro, Ramaphosa lo ganó sin gastar el considerable capital necesario para pedirle abiertamente un pacto al DA. En su lugar, Ramaphosa abrió la puerta de par en par, invitando a todos los partidos a unirse al GNU, apostando correctamente que la intransigencia de la RET a la hora de trabajar con los “intereses blancos” impediría que el EFF y el MK se sumaran a una alianza. Al mismo tiempo, al mantener viva la amenaza de una alianza con la RET, se logró un acuerdo muy favorable para el ANC en las negociaciones con el DA, que garantizaron los principales centros de poder ministerial.

La jugada maestra de Ramaphosa le ha dado al país un respiro bienvenido. Si el ANC hubiese elegido formar un gobierno con el lado cleptocrático, habría revertido los recientes avances y lanzado leña a la crisis social latente. Aun así se presentan interrogantes importantes sobre cuánto durará la coalición GNU. El mandato de Ramaphosa como presidente del ANC finalizará en 2027.  Hasta hoy no hay alguien de la talla para sucederle y garantizar la estabilidad continua de su proyecto, y en general se cree que el principal contendiente, el vicepresidente Paul Mashatile, se inclina por el EFF. 

Para ganar decisivamente, el lado liberal tendría que desarmar poco a poco la base material del poder cleptocrático. Tendrían que presionar a la economía informal tanto por el lado de la demanda como por el de la oferta. Eso requeriría, en primer lugar, un ambicioso proyecto de reconstrucción del Estado para profesionalizar el servicio público y establecer un control centralizado de la concesión de prestaciones de servicios. Ramaphosa no tiene medios posibles para purgar la corrupción de la raíz a las ramas, pero podría canalizar las rentas de manera que se empiecen a alinear con los objetivos institucionales, en lugar de socavarlos, como los estados desarrollistas de Asia Oriental parecen haber logrado. En ese sentido, hay pequeños motivos de esperanza. Ramaphosa y sus colegas del GNU están a favor de la reforma. La transformación del servicio público podría ser más fácil de vender al ANC ahora que está perdiendo su monopolio sobre los nombramientos. La historia muestra que los partidos dominantes tienen más probabilidades de acceder a la despolitización del Estado cuando se enfrentan a la posibilidad de las armas del clientelismo apuntando en su contra.     

La perspectiva de una reactivación significativa del extinto modelo de crecimiento de Sudáfrica es mucho más sombría. La facción liberal no tiene ninguna visión o programa discernible para lograrlo. La prioridad inmediata del GNU es llevar adelante la Operación Vulindlela, el principal programa de reforma de Ramaphosa, que se centra en modernizar la infraestructura del país y deshacer el daño que la cooptación del Estado causó a las industrias de redes clave. Ha logrado avances notables, más visibles en el cambio dramático de rumbo de la crisis de energía eléctrica. Al momento de la redacción de este artículo, Sudáfrica lleva 144 días sin cortes programados. En 2023 sólo hubo diecisiete días en los que las luces permanecieron encendidas de forma ininterrumpida.  

Por modestas que sean, la Operación Vulindlela tiene buenas posibilidades de lograr mejoras significativas, dado el completo estancamiento actual de la economía. Esto le brinda condiciones favorables al GNU para producir logros a mediano plazo. Pero incluso en el escenario más optimista, en el que el crecimiento repunte aproximadamente al 3 %, no queda claro si esto será suficiente para consolidar el bloque liberal a largo plazo. La tasa de desempleo actual del país es de un entristecedor 41,9 %. La gran mayoría de personas que quedan atrapadas en la trampa de la exclusión prolongada del mercado laboral son jóvenes. A menos que la clase política dirija su mirada hacia una transformación fundamental del modelo económico de Sudáfrica, el país seguirá bordeando el abismo del populismo y el desmoronamiento social.

Este ensayo fue traducido del inglés al español por Adriana Nodal-Tarafa.

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