En las décadas de 1960 y 1970, el gobierno nacional de Colombia, entonces bajo el proyecto político bipartidista del Frente Nacional, se embarcó en una ambiciosa reforma agraria para superar los ciclos de pobreza en zonas rurales cada vez más violentas.1 Los esfuerzos provocaron debates locales e internacionales en torno a la naturaleza del desarrollo colombiano, sobre todo porque las políticas del gobierno—que suponía una alternancia del poder consensuada entre el Partido Conservador y Liberal—tuvieron en cuenta una serie de misiones económicas que buscaban atacar el subdesarrollo. Estas misiones fueron influenciadas por instituciones internacionales como el Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas, así como por los debates sobre el crecimiento económico y el capitalismo que estaban ocurriendo en Norteamérica y Europa. En medio de un renovado interés a escala continental por el desarrollismo, el debate colombiano giró en torno a las condiciones de una desigualdad arraigada en las zonas rurales y el surgimiento de la resistencia armada contra el Estado.
A medida que propuestas que entendían a la economía nacional a través de categorías como el neocolonialismo y la dependencia global empezaban a circular en los círculos intelectuales y políticos de la época, el caso colombiano puso a prueba muchos de estos diagnósticos sobre el desarrollo. La publicación en 1969 de los Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, del intelectual Mario Arrubla, vinculó estos debates sobre la dependencia con otras teorías del marxismo global. Arrubla dirigió la revista Estrategia, donde publicó originalmente los ensayos que terminaron en su libro. En una coyuntura en la cual algunos intelectuales latinoamericanos se distanciaron de los partidos comunistas locales y del liberalismo político, al mismo tiempo que abogaban por una revolución socialista, la revista reunió a un grupo de intelectuales de izquierda desilusionados tanto por el Frente Nacional como por las instituciones internacionales. En el caso de los afiliados a la revista Estrategia, la misión revolucionaria no se tradujo en una vindicación de la lucha armada. Por el contrario, el grupo ejemplificó la vía de una nueva izquierda intelectual en América Latina que impulsó renovaciones críticas en Europa y Norteamérica para superar la “esclerosis” del marxismo soviético y repudiar las tendencias imperialistas. Los aportes de Arrubla y de los investigadores de Estrategia pueden ayudarnos hoy en día a comprender algunas de las más prolongadas injusticias de Colombia: la ausencia del Estado en las regiones periféricas, una oligarquía poderosa, desigualdad elevada y violencia persistente en las zonas rurales.
Construyendo el Estado moderno
Colombia vivió un ciclo de políticas liberales y de expansión de derechos sociales con la victoria electoral de Alfonso López Pumarejo en 1934, con la que el Partido Liberal le puso fin a un largo ciclo de hegemonía conservadora. Su gobierno favoreció inicialmente a la industria nacional, la cual se apoyaba en las masas trabajadoras para contrarrestar el poder terrateniente, a la vez que la clase terrateniente se oponía a la burguesía compradora.2 López Pumarejo también impulsó la organización sindical y legalizó el derecho a la huelga, fuertemente restringido en los gobiernos precedentes. Sin embargo, las políticas favorables al trabajo empezaron a generar fricciones dentro de su amplia coalición liberal. El poder terrateniente no se hizo esperar y se opuso al movimiento popular. Bajo los gobiernos subsecuentes de Eduardo Santos Montejo, e incluso con el retorno de López Pumarejo a la presidencia, entre 1942 y 1945, el Partido Liberal pausó el impulso de sus reformas y, en definitiva, no logró detener la gestación de una oposición conservadora.
Con el cambio hacia la derecha del ambiente político, el breve periodo de cooperación entre los trabajadores y la burguesía industrial llegó a su fin. Además, la concentración de la tierra en los campos se acentuó y la clase terrateniente lanzó una empresa reaccionaria que masacró a las masas liberales, convirtiendo a Colombia en el “primer productor de cabezas cortadas per cápita.”3 Los intentos de “auto-defensa” de los campesinos, es decir, los trabajadores agrarios, fueron acallados con “sangre y fuego” durante el periodo histórico que fue posteriormente conocido como “La Violencia.”4 El desastre humanitario alcanzó enormes proporciones y le abrió el camino a una dictadura “pacificadora” con un discurso populista que protegía los intereses de una burguesía liberal derrotada en la arena política. El general Gustavo Rojas Pinilla ejerció un gobierno de facto entre el 13 de junio de 1953 y el 10 de mayo de 1957, hasta que un Frente Civil compuesto por trabajadores, estudiantes y sectores de la elite política tradicional avanzó un golpe de estado pacífico que exilió al general.
Con el fin de la dictadura del general Rojas Pinilla, a finales de los años 50s, toda una generación nació a la vida política. Con una sensibilidad antidictatorial, jóvenes y estudiantes impulsaron un Frente Civil que defendía una visión de democracia popular asentada en la clase trabajadora. Algunos tenían vínculos con organizaciones comunistas locales alineadas con el comunismo internacional, el cual ofrecía un marco de comprensión para la reforma agraria que prometía el nuevo régimen. En un periódico local llamado Crisis, se agitó la causa de una “Reforma Agraria Democrática” para batallar al régimen semi-feudal imperante y entregar la tierra a campesinos. Al mismo tiempo que el apoyo al frentenacionalismo crecía, los contribuyentes de Crisis, incluyendo un joven Arrubla, hablaban de generar un libre desarrollo de las fuerzas productivas en el campo para abolir la importación de productos agrícolas y construir una economía nacional independiente.5 Esta visión hacía eco de la reforma agraria en Alemania durante la ocupación, que enfrentó la hambruna de la posguerra, transformó las relaciones de propiedad rural y avanzó en un reparto de tierras.
Críticas tempranas
Antes de la consolidación del Frente Nacional, en 1957, ya circulaban entre los círculos intelectuales estudios sobre la estructura económica colombiana, el neocolonialismo y el desarrollo. Entre ellos estaban, por ejemplo, el libro Industria y protección en Colombia, 1810–1930, escrito por el historiador conservador Luis Ospina Vázquez en 1955. También, el clásico Problemas colombianos por Alejandro López, de 1927, y el texto de Luis Eduardo Nieto Arteta publicado en 1942, Economía y cultura en la historia de Colombia. Este último era el principal referente desde la economía marxista, en una época cuando la profesionalización de la economía aún era escasa en el país. Nieto Arteta fue abogado de profesión y miembro del Grupo Marxista (1933–1934) donde compartió con otros jóvenes líderes liberales como el caudillo Jorge Eliécer Gaitán y Gerardo Molina, quien llegaría a ser rector de la Universidad Nacional. Como herederos de la Segunda Internacional, los integrantes del Grupo Marxista tenían una visión determinista que veía las fuerzas productivas y la generación de la riqueza como el motor de los cambios sociales.6
Algunas figuras de esa generación politizada a fines de los años cincuenta apoyaron al gobierno del Frente Nacional, participando en organismos estatales como el Incora (El Instituto Colombiano de la Reforma Agraria) o el Ministerio de Trabajo. A inicios de la década de 1960, académicos como el sociólogo Orlando Fals Borda o el conocido cura, guerrillero y sociólogo Camilo Torres, lideraban la profesionalización de las ciencias sociales desde la Universidad Nacional, mientras participaban en organizaciones del Estado.7 Otras figuras contemporáneas se alinearon con el sector crítico del Partido Liberal, representado por el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), que buscaba gestionar dentro del régimen un nuevo ciclo de modernización como compensación por el fracaso de la República Liberal. En su ensayo Colombia: violencia y subdesarrollo, de 1968, el filósofo Francisco Posada Díaz reconoció el fracaso de la revolución democrático-burguesa impulsada por López Pumarejo a la vez que impulsó el frentenacionalismo como ocasión para recuperar esa oportunidad perdida.8
La comprensión de la economía colombiana en clave de dependencia también fue ensayada en los debates económicos durante el Frente Nacional, en un contexto de efervescencia de misiones internacionales que tenían en común un diagnóstico preocupante de la productividad del campo colombiano.
“Operación Colombia”
Durante la década de 1950, estuvieron en Colombia el Banco Mundial, la Cepal y la misión “Economía y Humanismo” dirigida por el sacerdote dominico Louis Joseph Lebret, como parte de un esfuerzo internacional para realizar diagnósticos de las economías de América Latina. Pese a sus enfoques distintos, todas las misiones coincidían en declarar una situación de emergencia social: el campo colombiano estaba en una preocupante situación de pobreza dada la distribución desigual de las tierras y la estructura de uso del suelo que se había consolidado durante los tiempos de “La Violencia.” La producción agrícola del país era de escaso valor agregado: casi el 90 por ciento de las tierras más productivas se dedicaban a la ganadería y estaban en manos de terratenientes, mientras que el campesinado había sido desplazado a las tierras de ladera y llevaba a cabo cultivos agrícolas de pequeña escala con los que apenas se cubría la subsistencia de la familia campesina.
En Colombia, entre 1945 y 1949, el costo de la vida aumentó el 71 por ciento en la ciudad de Medellín y el 58 por ciento en Bogotá, con lo cual la moneda perdió el 41 por ciento y el 36 por ciento de su valor, respectivamente. El escenario inflacionario tampoco estuvo acompañado por un crecimiento salarial. Con el avance de la década los indicadores no fueron mejores. La Misión Lebret daba cuenta de un aumento del 21 por ciento del costo de vida entre 1950 y 1954, mientras que el índice de salarios reales en relación con el costo de vida había disminuido en un 23 por ciento. En contraste, la inflación y los bajos salarios de los trabajadores favorecieron la concentración de la riqueza.9
Después de haber sido consejero del programa New Deal del presidente Roosevelt, en Estados Unidos, el economista canadiense Lauchlin Currie llegó a Colombia en 1949, como parte de una misión del Banco Mundial para examinar el deterioro de la situación económica. Como la vida en los Estados Unidos estaba presionada por un fuerte macartismo, Currie decidió quedarse en Colombia como consultor de temas económicos para el gobierno y, en 1958, el presidente frentenacionalista Alberto Lleras Camargo le confirió la ciudadanía colombiana. Cuando presentó el plan “Operación Colombia” en 1961, Currie llevaba más de una década en el país y había producido varios estudios diagnósticos sobre el campesinado. Su propuesta fue acelerar el desarrollo nacional con una rápida tecnificación de las zonas rurales.
El plan de Currie fue una de las dos respuestas desarrollistas discutidas por el público para la época. La otra opción fue la reforma agraria impulsada por el gobierno del Frente Nacional. Mientras Currie abogaba por ampliar las extensiones agrícolas, importar maquinaria y desplazar a las ciudades un millón y medio de campesinos que se convertirían en nuevos obreros de la industria urbana, la propuesta del Frente Nacional implicaba una planificación que permitiera aumentar la disponibilidad de divisas y las importaciones de bienes de capital para generar programas masivos de vivienda y mejoramiento de la calidad de vida. Todo lo cual era improbable porque Colombia se encontraba en déficit de pagos internacionales por cuenta de la caída internacional de los precios del café, su principal producto exportador.
Currie llegó a ser uno de los economistas más importantes en Colombia: sus ideas influyeron las políticas públicas de los años setenta y los currículos departamentales del país. Sin embargo, en la década de los sesenta, la “Operación Colombia” no fue bien recibida. El presidente Alberto Lleras Camargo la rechazó porque la consideraba en confrontación clara con la propuesta de reforma agraria que se discutía en el legislativo con el impulso del político liberal Carlos Lleras Restrepo.10 Lleras Restrepo era cercano a las orientaciones cepalinas que defendían estrategias de desarrollo basadas en la comprensión de las relaciones de centro-periferia y de la dependencia, para así generar un Estado fuerte que le daría urgencia a la planificación, la industrialización, el proteccionismo y la sustitución de importaciones.
En contraste con la “Operación Colombia” de Currie, la reforma agraria del gobierno frentenacionalista defendía el pequeño y mediano minifundio que se había sostenido hasta entonces por un bajo grado de desarrollo de la agricultura y la lenta asimilación técnica por parte del campesinado. Se crearon así las Unidades de Acción Rural, en 1961, como una primera fase cooperativa para la organización de la vida en el campo. Tras pasar por los debates en el Congreso fue aprobada la Ley 135 para avanzar una reforma que, para ese entonces, estaba más en consonancia con las propuestas de Estados Unidos y de la Alianza para el Progreso (apoyada por el Banco Interamericano de Desarrollo) que con la orientación cepalina. El Incora fue la institución encargada de implementar la reforma por los siguientes cuatro años.11
Arrubla y el Grupo Estrategia
En 1969, en el marco de estos debates sobre la reforma agraria, Mario Arrubla publicó Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, una colección de tres ensayos que ofrecía una crítica a la “Operación Colombia” de Currie y a la reforma agraria que se impulsaba desde el gobierno del Frente Nacional. Para ese momento, las organizaciones políticas de la nueva izquierda se habían consolidado y la población estudiantil aumentaba significativamente. El texto de Arrubla fue difundido ampliamente, con más de 60,000 ejemplares publicados y trece ediciones, sin contar el millar de reproducciones ilegales.
El libro consta de tres ensayos publicados previamente en la revista Estrategia, un proyecto editorial de corta vida, desde 1962 hasta 1964, pero con un impacto duradero en los debates políticos y económicos del país. La revista apostó por recrear el proyecto sartreano de Les Temps modernes12 y sintetizó una sociabilidad de izquierda en la década de los sesenta. Para inicios de la década, Mario Arrubla y Estrategia fueron más lejos e intentaron impugnar, con argumentos teóricos y políticos, las soluciones desarrollistas para la economía del país.
Nacido en 1936, en Medellín, Mario Arrubla fue un intelectual de izquierda que, al igual que Currie, se ocupó de diagnosticar el estado de la economía colombiana de la posguerra. Arrubla consideraba que en el país se había dado un encuentro inédito entre una alta demanda internacional de café y una mayor producción mundial exportable de este, lo que motivó un aumento sin precedentes en el precio internacional de ese producto. Con una bonanza del comercio exterior de café en un contexto de intercambio desigual, Colombia alcanzó una etapa neocolonial en la cual la burguesía industrial ejercía su predominio sobre la burguesía compradora y demás clases explotadoras. Esta clase también aprovechó un arancel aduanero adoptado en 1951 para proteger las industrias productoras de bienes de consumo y garantizar impuestos bajos sobre la venta. Fue así como avanzó la industria, pero al mismo tiempo la riqueza se siguió acumulando en manos de latifundistas, por lo que en el caso colombiano coexistieron, según Arrubla, bajos indicadores sociales, un avance industrial y un crucial problema agrario definido básicamente como una gran propiedad territorial explotada ineficientemente debido a la concentración y apropiación de tierras.
El ensayo de Arrubla de 1962 fue uno de los primeros en criticar a Lauchlin Currie, argumentado que se inspiraba por una visión de desarrollo capitalista clásico inviable para Colombia. Por otra parte, Arrubla consideraba la reforma agraria impulsada por Lleras Restrepo como “más descarnadamente lúcida” porque a diferencia de la “Operación Colombia” no optaba por acelerar la descomposición del campesinado, sino que proponía contenerlo en el campo con unidades agrícolas que pretendían sostener la familia campesina. De esta manera se contendría la miseria de la población rural y se evitaría “una situación social insostenible” que en las ciudades podría alcanzar tintes “revolucionarios.”13 Desde la primera entrega de Estrategia, Arrubla daba cuenta de su escepticismo en cuanto a las intervenciones políticas de la burguesía y su intento de alterar la estructura económica nacional. No creía en la existencia de un sector industrial progresista para jalonar alternativas desarrollistas, aunque fuese una etapa necesaria en el marco de un proyecto nacional que contemplara las necesidades de la población.
En el tercer ensayo de Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, Arrubla ofreció su propio análisis de la estructura de la economía colombiana. Acudiendo a estadísticas de la Cepal, argumentó que la burguesía local controlaba el mercado interno, pero carecía de interés por forzar el desarrollo industrial. Las divisas provenían más de la exportación de bienes agrícolas que de los bienes surgidos del proceso de industrialización y así el déficit comercial crecía. Con una industrialización nacional mínima, las condiciones de dependencia se profundizaban en la etapa neocolonial. A diferencia de Cepal, Arrubla llegó a la conclusión que la sustitución de importaciones no lograría sacar al país del ciclo neocolonial: en Colombia se había formado un capitalismo neocolonial que él entendió como una “deformación” de otras formas de desarrollo capitalista clásico. Se trataba de una criatura singular a la que “le faltaba la cabeza,” es decir, la industria pesada, el sector primario de la economía capitalista clásica. Dada esta carencia, el capitalismo colombiano “en dos o tres décadas llegaría a un envejecimiento prematuro contra todas las apariencias de su vigoroso impulso inicial,” pues el neocolonialismo estructural haría repetir la situación de déficit comercial hasta que la economía entrara en una etapa de crisis crónica y de parálisis. Esta convergencia favorecía una mayor penetración imperialista en la que la caída de las exportaciones daba cabida a una mayor inversión extranjera y se profundizaba la dependencia. La burguesía neocolonial, según Arrubla, era la llamada a actuar políticamente para compensar las pérdidas de capacidad para importar, pero fallaron en esto, pues el costo de las deudas superaba las inversiones y el valor unitario de las exportaciones disminuyó para fines de los años treinta. En suma, para Arrubla, la vía desarrollista no era factible en Colombia.
Arrubla y la revista Estrategia desarrollaron sus críticas a partir de reinterpretaciones del marxismo que circulaban por todo el continente en la década de los cincuenta y los sesenta, por ejemplo, las obras del economista norteamericano Paul Baran y su colega Paul Sweezy, especialmente La teoría del desarrollo capitalista y La economía política del crecimiento. Desde finales de los cincuenta, la revista Monthly Review—dirigida a partir de 1948 por Leo Huberman, Francis Otto Matthiessen, y Sweezy—llegó a ser un punto de referencia de la nueva izquierda internacional y aportó a los campos de la historia económica marxista y el keynesianismo.
Baran y Sweezy produjeron un trabajo fundamental para el desarrollo de las teorías marxistas de la dependencia. Mostraron que el intercambio de capital con el mundo subdesarrollado estaba regido por las lógicas imperialistas que generaban una situación de dependencia. Tanto las burguesías de los países dependientes, que ellos llamaron compradoras o lumpen por ser herederas del colonialismo, como su militarismo, eran punto de apoyo para esa relación desigual. Esta perspectiva «desvelaba las aporías de cualquier transformación de los regímenes económicos del mundo subdesarrollado en los límites del capitalismo.»14 Los textos de Baran durante los años cincuenta fueron nodales para pensar el problema de la revolución en el Tercer mundo, pues la “morfología del atraso” era para ellos una consecuencia del colonialismo y del imperialismo. Según su investigación, cuando se generan esfuerzos en favor del desarrollo en los países dependientes se producen dos movimientos contrarios: uno progresivo, marcado por un proceso de destrucción creadora de las fuerzas de producción, y uno regresivo que conserva los sistemas arcaicos del trabajo existentes. Para Baran la planificación—en definitiva socialista—era la condición indispensable para superar el atraso, contrarrestar el consumo improductivo y el despilfarro, y para el uso productivo del excedente.
Arrubla tradujo las ideas de Baran y Sweeny al medio local. Su segundo ensayo caracteriza a Colombia como parte de una región que ha sido insertada de forma desigual en la economía mundial y vinculada a las grandes metrópolis. El ensayo periodiza tres etapas de este proceso. En la primera etapa colonial los países latinoamericanos avanzaron en un desarrollo semicolonial hasta los años treinta. En la segunda etapa la crisis imperialista y su consecuente proceso de sustitución de importaciones crean las condiciones para el nacimiento de una “nueva criatura,” la industria latinoamericana que impulsó los capitalismos latinoamericanos. Finalmente, en la tercera etapa algunos países pasaron desde semicolonias hacia neocolonias.
Según este esquema, un país “subdesarrollado” o dependiente estaba estructuralmente limitado en la economía global porque “un miembro del equipo se especializa en morirse de hambre en tanto que el otro lleva la ‘carga del hombre blanco’, consistente en recoger las ganancias.”15 Aunque Arrubla también hizo una crítica de Baran cuestionando al autor norteamericano por no ofrecer una caracterización más profunda de las colonias que se formaban en contrapunto con el imperialismo creciente de los países capitalistas clásicos. Así fue como Arrubla asumió la tarea de caracterizar las colonias construyendo modelos y tipologías de economías coloniales y semicoloniales, a las que él llamaba tipo A y tipo B. Las de tipo A eran aquellas en las cuales los recursos naturales—minerías y plantaciones—eran explotadas por extranjeros: Venezuela, Bolivia y Cuba eran de este tipo, y su intercambio comercial era más cercano al clásico “saqueo.” En las de tipo B, como Argentina, Brasil y Colombia, los productos primarios de exportación, a menudo agrícolas, eran explotados por nacionales, mientras se generaba un ingreso constante y entrada de divisas.
Las colonias de tipo A y las de tipo B se enfrentaban a diferentes efectos políticos, como resultado de sus respectivas condiciones. En Cuba, por ejemplo, se daba una dominación imperialista por cuenta de la explotación de productos primarios por inversionistas extranjeros a espaldas del mercado mundial, y así los cubanos podían reconocer más claramente el “enemigo.” Por otro lado, en Colombia, donde se había armado un mercado de relativa importancia con formación de capitales por parte de grandes comerciantes como banqueros y terratenientes, la dominación era ejercida por la burguesía nacional y entonces “la conciencia nacionalista” tendía a “adormecerse más fácilmente.”
Legados políticos
La pretensión inicial de los promotores de Estrategia fue más agitacional que militante. Estrategia no se declaró órgano de ningún partido, pero sus promotores crearon una organización a la que nombraron Partido de la Revolución Socialista (PRS) con el que querían “colaborar en la tarea de crear cuadros marxistas y vincularlos a la clase obrera.” Estos cuadros eran principalmente estudiantes de universidades públicas, por ejemplo, en la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional en su sede de Bogotá, la Universidad Santiago de Cali y la Universidad del Valle.
Mario Arrubla y Estanislao Zuleta, otra figura líder de Estrategia, contaban con una experiencia previa de formación campesina en el páramo del Sumapaz y en las escuelas sindicales de Medellín. El PRS aprovechó estas militancias tempranas y generó su base social de apoyo entre los sindicatos de empresas antioqueñas como Fabricato, Peldar, Tejicondor, Propalia y Everfit, asociadas con la creación de la Federación de Trabajadores de Antioquia (FEDETA). Asimismo, fueron cercanos a la resistencia de los trabajadores mineros del municipio de Segovia contra la Frontino Golds Mines.
El PRS apoyaba una revolución socialista, antiimperialista, antiburguesa y antifeudal, pero sus propuestas resonaban más con los estudiantes que con el sector industrial. El grupo sólo duró un año. Los miembros estaban en desacuerdo sobre la decisión de emprender una lucha armada insurgente contra el Estado. Los líderes de Estrategia decían que la lucha armada requería condiciones insurgentes para mantener unidas a las masas, y se debatieron alrededor de un equilibrio delicado entre la necesidad de afirmarse como intelectuales de izquierdas al tiempo que tomaban distancia de la creciente vía de la lucha armada desde la izquierda.
A pesar de la disolución del PRS, los Estudios sobre el subdesarrollo colombiano tuvieron una larga vida. Los ensayos y su diagnóstico de la economía colombiana y global funcionaron como referente de autoridad en las universidades hasta entrada la década de 1980 y también para varias organizaciones políticas revolucionarias. Desde mediados de los años setenta, el texto sirvió de referencia para la historia económica marxista y concepciones del neocolonialismo, a la vez que el estudio profesional de la historia fue cambiando desde lo que se denominaba “historia académica” hacia la “revolución historiográfica” que le dio prioridad al punto de vista “desde abajo.”16 El texto de Arrubla conectaba con una perspectiva de economía mundial de larga duración que iluminaba los últimos cinco siglos como un proceso de desarrollo desigual y desafiaba el esquema rectilíneo en El Manual de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS que planteaba que cada sociedad debía desarrollar al máximo las potencialidades productivas antes de poder pasar a una forma superior.
De 1974 a 1979, Arrubla también editó la revista Cuadernos Colombianos, que junto con la nueva revista Ideología y Sociedad (1972–1977) se constituyeron como puntos en una red de revistas culturales de la década de 1970 que deja ver el paso a la profesionalización de la historia y las ciencias sociales. Aunque Ideología y Sociedad se alineó inicialmente con los diagnósticos de Arrubla, pronto empezó a circular críticas a su argumento. La más notable fue del economista colombiano Salomón Kalmanovitz, que también tenía formación marxista. Su crítica contaba con indicadores macroeconómicos de la segunda mitad de los años sesenta que dejaban ver un crecimiento en el desarrollo nacional, demostrando que la ausencia de bienes de capital no impedía que, vía materias primas o productos intermedios, pudiese haber avances desarrollistas. Kalmanovitz arguyó que, al no considerar las relaciones de producción, el análisis de Arrubla carecía de un examen más cuidadoso de los bienes intermedios y enfatizaba en su lugar las condiciones externas.17
Kalmanovitz refutó la noción de dependencia en los ensayos de Arrubla argumentando que “explica el no desarrollo del capitalismo, sin referirse específicamente a la transformación de las relaciones de producción.” Kalmanovitz estaba más interesado en debatir la superioridad teórica del marxismo que él oponía radicalmente a la perspectiva dependentista de Arrubla. Uno de los referentes explícitos de Kalmanovitz con relación a este asunto era el politólogo brasileño Francisco Weffort, que negaba la existencia “histórico-real de una contradicción entre la nación (como unidad autónoma, con necesaria referencia a las relaciones de poder y de clase) y la dependencia (como vínculo externo con los países centrales)” y criticaba el “mecanismo muchas veces sugerido por algunos dependentistas cuando hablaban de “relación concomitante” entre los cambios operados en los países periféricos y los cambios producidos en los países centrales, porque anulaba la posibilidad de gestar una transformación desde los países dominados.” En contraste, el planteamiento teórico de Arrubla consideraba la relación de dependencia con la metrópolis no como un hecho “externo” sino como un elemento estructural de la economía nacional.
Dependencia y el conflicto armado
Las intervenciones de Mario Arrubla y Estrategia reflejan un desacuerdo con la forma de industrialización perseguida en Colombia a mediados del siglo XX. Como muchos de su generación, Arrubla rechazó el proyecto político frentenacionalista principalmente porque al final dejó por fuera al pueblo y las fuerzas políticas externas en un acuerdo bipartidista. El desencanto con ese proyecto se extendió hacia el desencanto con los comunistas locales que sostuvieron una alianza con los sectores críticos del liberalismo, participando en el régimen de una manera indirecta y de su mirada desarrollista. Esa distancia alimentó la elaboración teórica de Arrubla y su postura antidesarrollista, que se acentuó al vincular el desarrollo de la industria nacional alcanzado por Colombia con una sangrienta historia de la violencia. Según Arrubla, el predominio de la burguesía industrial, el contexto de intercambio desigual y la descomposición violenta del campesinado tenía implicaciones mucho peores en condiciones neocoloniales, como las de Colombia, que requerían el más alto “costo social”: “una cuota particularmente elevada de dolor para las masas populares,” pues “en ausencia de industria pesada las posibilidades de empleo quedan ampliamente a la zaga de la oferta de trabajo, por lo que ejército de reserva adquiere proporciones monstruosas.”18
En Colombia se había logrado, a “sangre y fuego,” ese proceso agudo de disolución de la vida del campo. Las burguesías de los países dependientes habían entendido que debían “introducir modificaciones más o menos importantes en las formas políticas de su dominación,” lo que podía implicar gobiernos fuertes, “gran-burgueses” o dictaduras de diferente tipo. Mientras tanto, los grupos guerrilleros se decidieron por la vía armada. Las primeras tentativas de lo que serían los procesos guerrilleros de los años sesenta ya se habían expresado en el país y se fortalecerían poco después. En consonancia con la vieja izquierda, las viejas guerrillas comunistas se reagruparon y dieron origen a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), la guerrilla más longeva del continente, como respuesta al ataque, en mayo de 1964, donde el ejército desplegó una sanguinaria operación militar contra una de las zonas de autodefensa campesina, el pequeño territorio de Marquetalia perteneciente al departamento del Tolima. Al año siguiente hizo su aparición pública el ELN (Ejército de Liberación Nacional), de inspiración guevarista, en Simacota, departamento de Santander. Faltaba poco para que la figura de Camilo Torres emergiera como el intelectual revolucionario de ese periodo. Torres, en consonancia con la decidida emergencia de la nueva izquierda política, marcaría el eclipse del intelectual comprometido tipificado por el grupo Estrategia en el medio nacional, que en vez de optar por el fusil radicalizó su postura como intelectuales.
Ya exiliado en Estados Unidos, en el siglo XXI, Arrubla matizó su vieja utilización de la noción de dependencia, aunque se reafirmaba en considerar “el verdadero carácter del imperialismo” como una variable para entender la política económica.19 La trayectoria político biográfica de Arrubla le había llevado a considerar la Revolución como un asunto cada vez más utópico, una especie de horizonte lejano favorable a la justicia social. Entre tanto, las derivas históricas de Colombia lo llevaban a un escepticismo profundo a fines de la década de 1970: descreía de las apropiaciones del marxismo que hacía la izquierda.
La trayectoria de Arrubla es un eslabón en la historia de las teorías de la dependencia, vistas en retrospectiva de una forma más plural y reconociendo a su interior los entrecruzamientos con el marxismo. Desde los años sesenta el pensamiento crítico latinoamericano también se puso en juego dentro una amalgama de teóricos que reconocieron la necesidad de pensar la economía nacional desde el binomio dependencia-imperialismo: Faletto y Cardoso, por ejemplo. En el presente se puede hablar de esfuerzos teóricos y políticos de muy distinto tipo que propenden por la renovación de las teorías del imperialismo: el “socialismo del siglo XXI,” el “bolivarianismo” o el “buen vivir.”
Más de medio siglo ha pasado desde que Arrubla diagnosticara la economía colombiana como neocolonial, tiempo durante el cual la violencia política se ha intensificado y los indicadores macroeconómicos siguen arrojando resultados decepcionantes. Ahora se habla de la débil industrialización o incluso desindustrialización de la economía colombiana. Mientras tanto, la cuestión agraria y la feroz concentración de la tierra siguen siendo el nudo gordiano de la llamada era del posconflicto. El actual gobierno de Gustavo Petro ha propuesto una transformación estructural de la economía colombiana, pero sigue enfrentándose a retos políticos internos, así como a las siempre presentes limitaciones de las finanzas globales. Estos obstáculos persistentes—presentes tanto en el ámbito local como en el internacional—dan fe de la perdurable resonancia del diagnóstico de Mario Arrubla sobre la sociedad y la economía colombianas en la actualidad.
Texto basado en el libro Hombres de Ideas. Entre la revolución y la democracia. Los itinerarios cruzados de Mario Arrubla y Estanislao Zuleta: los años 60 y la izquierda en Colombia, Bogotá, Ariel, 2023.
↩El concepto de burguesía compradora se refiere a una facción de clase que no cuenta con base de acumulación propia y por lo tanto actúa como aliados internos del capital internacional.
↩Mario Arrubla, “La sociedad colombiana, producto de la historia de la dependencia”. Estrategia, N°2 (1963): 7-39
↩La expresión “sangre y fuego” usada por el propio Arrubla en sus análisis tenía su historia. El político conservador José Antonio Montalvo utilizó la expresión en un discurso ante el Senado de la República el 6 de noviembre de 1947 para señalar que así se defendería el gobierno de Mariano Ospina Pérez (1946-1950), en caso de ser necesario. En dicho gobierno Montalvo actuó como Ministro de Justicia y de Gobierno, y su enunciación tuvo lugar precisamente en el periodo en el que se daban los primeros visos de La Violencia.
↩J. Montaña, “Apuntes latifundio Antioquia (I)”, Crisis I (2) (agosto de 1957): 5-7.
↩Gonzalo Cataño, La introducción del pensamiento moderno en Colombia. El caso de Luis E. Nieto Arteta (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2013).
↩Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez, Estudiar y hacer sociología en Colombia en los años sesenta (Bogotá: Universidad Central, 2017).
↩Francisco Posada Díaz, Colombia: violencia y subdesarrollo (Bogotá: Universidad de Antioquia, 1968).
↩Rafael Baquero, La Economía Nacional y la Política de Guerra en Colombia (Bogotá: Labor, 1951).
↩Para entonces Ministro de Gobierno, y después Presidente de la República para el periodo 1966–1970, también como parte del Frente Nacional.
↩Juan Carlos Villamizar, Pensamiento económico en Colombia: Construcción de un saber, 1948–1970 (Bogotá: Universidad del Rosario, 2013).
↩Les Temps Modernes fue una revista francesa impresa de periodicidad mensual y luego cuatrimestral dedicada a la divulgación de debates políticos y filosóficos fundada en 1945 por Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Maurice Merleau-Ponty.
↩Mario Arrubla, “La sociedad colombiana, producto de la historia de la dependencia. Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Estrategia, 2 (1964): 7-39.
↩Cf. Matari Pierre Manigat, “La Monthly Review y la formación de la teoría marxista de la dependencia”: Políticas de la Memoria, n° 21 (30 de noviembre de 2021): 183-97.
↩El autor empleó el término “subdesarrollo” al tiempo que argumentó sobre los peligros mistificadores del vocablo al dar la falsa impresión de que se trata de limitaciones cualitativas que podrían ser superadas con el tiempo.
↩Para esto se vincularon con corrientes estructuralistas que traían consigo una nueva perspectiva de la historia como ciencia: la Escuela de los Annales, la corriente norteamericana de la Nueva Historia Económica y la historiografía marxista como tal. El movimiento estuvo nutrido por los trabajos históricos de Fernand Braudel (El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II), Ernest Mandel (Traité d’économie marxiste) o Maurice Dobb, abordados por el grupo de Arrubla.
↩Salomón Kalmanovitz, «Crítica de una teoría de la dependencia: a propósito de Arrubla.», Ideología y Sociedad, n° 10 (1974): 50-90.
↩Mario Arrubla, «Análisis estructural de la economía colombiana (I)», Estrategia, n.o 3 (enero de 1964): 26.
↩Mario Arrubla, «Marginalia del editor. A propósito de Kalmanovitz. Los ´Estudios sobre el subdesarrollo´ y el ensayo ´A propósito de Arrubla´», Al Margen, n° 11 (2004): 93-155.
↩
Archivado bajo