Antes del 7 de octubre de 2023, la normalización diplomática y económica entre Israel y los Estados árabes parecía ser la trayectoria central de la política regional en el Medio Oriente. Dado que la posibilidad de un acuerdo con Irán había sido descartada, este camino representaba los planes estadounidenses para la región, en un consenso bipartidista iniciado por los Acuerdos de Abraham de Donald Trump y continuado por la administración de Biden. En la agenda de Arabia Saudita también se vio un giro hacia la relajación de tensiones con Irán mientras se buscaba la normalización con Israel. Todo parecía apoyar la declaración del Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, una semana antes de que Hamás lanzara su incursión en el sur de Israel, que «la región del Medio Oriente está más tranquila hoy de lo que ha estado en dos décadas.”
Después del 7 de octubre, se especuló si lo que Hamás buscaba era interrumpir esa trayectoria y evitar que Arabia Saudita se uniera a sus vecinos del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Bahréin) en la breve lista de Estados árabes que han normalizado relaciones con Israel. En esto, ciertamente ha habido éxito: aunque la administración Biden ha seguido impulsando el acercamiento entre Arabia Saudita e Israel durante el genocidio en Gaza, los desafios persisten. En los últimos meses, el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman ha dejado claro, tanto ante el Consejo de la Shura como a través del ministro de Relaciones Exteriores, Faisal bin Farhan, y en declaraciones al Financial Times, que la normalización dependerá del establecimiento de un Estado palestino independiente.
En los últimos meses, sin embargo, ha emergido un contramovimiento liderado por EEUU e Israel que parece estar socavando alternativas a la normalización mediante una intensa ofensiva militar en la esfera de influencia de Irán. La caída del régimen de Assad podría marcar un punto de inflexión. Dependiendo de la dirección diplomática que adopte el nuevo gobierno —ya sea alineándose con las potencias del Golfo o intensificando la confrontación con Israel mientras incursiona en territorio sirio— el cambio de régimen podría convertirse en un indicador clave de la viabilidad del programa de normalización. Gran parte de ello dependerá del enfoque que adopte la nueva administración de Trump, que podría restablecer la influencia de los arquitectos de los Acuerdos de Abraham en los círculos de poder estadounidense, definiendo así su postura hacia Israel y la región.
Para comprender el papel particular de los Estados del Golfo en el Medio Oriente, su relación con la cuestión palestina y la historia de la normalización, hablamos con Elham Fakhro, investigadora de la Iniciativa de Medio Oriente de la Escuela Harvard Kennedy de Harvard y autora del nuevo libro The Abraham Accords.
Una entrevista con Elham Fakhro
Jack gross: Empecemos con los Acuerdos de Abraham firmados en septiembre de 2020 ¿Quiénes fueron los involucrados?
Elham fakhro: El círculo cercano de Trump es muy pro-Israel. Por ejemplo, David Friedman, exembajador en Israel, inicialmente fue abogado de Trump antes de que este fuera candidato presidencial. Después de que se anunciara su candidatura, Friedman empujó para convertirse en su asesor y moldear la postura de Trump sobre Israel y Palestina desde el principio. Se revirtió el respaldo del Partido Republicano a la solución de dos Estados y se insistió en el supuesto antisemitismo de la UNRWA. El mismo Friedman incluso fue líder de una organización que recauda fondos para los asentamientos.
Luego, por supuesto, está Jared Kushner. Su familia es amiga del primer ministro Netanyahu. Se cuenta que en su adolescencia, a Kushner lo sacaban de su habitación porque Netanyahu se iba a quedar en la casa. Durante la administración Trump, Mike Pompeo se convirtió en el primer secretario de Estado en visitar un asentamiento. Tanto Friedman como Pompeo han hablado de este conflicto en términos religiosos. Friedman ha declarado sin reservas que cree que Trump fue enviado por Dios para salvar al Estado de Israel.
A Trump se le aconsejó desde el principio que involucrar a los palestinos en las negociaciones de paz era inútil, y luego fue persuadido a adoptar una serie de políticas claramente pro-Israel: trasladar la embajada a Jerusalén y retractarse del memorando Hansell de 1978, que establece la posición del gobierno estadounidense sobre la ilegalidad de los asentamientos israelíes. Si se lee la biografía de Friedman, queda muy claro que trabajó junto a Netanyahu para influir en la política de Estados Unidos, y no al contrario. Convenció al presidente de cortar la ayuda a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo [UNRWA, United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East], algo que Netanyahu buscaba lograr.
Todo esto llevó a un boicot por parte de los líderes palestinos, con el primer ministro de la Autoridad Palestina, Mohammad Shtayyeh, declarando que «los derechos del pueblo palestino no estaban a la venta». Posteriormente, Kushner tuvo la intención de presentar un plan para resolver la ocupación, pero se retrasó debido a la postulación a reelección de Netanyahu. Durante el verano de 2019, Trump lanzó el componente económico de un nuevo plan de prosperidad y paz en Manama. Fue significativo porque los palestinos no asistieron. Finalmente, la administración Trump decidió tampoco invitar a los israelíes y, en su lugar, involucró a los Estados del Golfo como intermediarios en este proceso diplomático por primera vez.
La decisión representó una nueva estrategia de alineación geopolítica. Por ejemplo, el componente económico del plan de paz se presentó en Manama, y durante el evento se habló mucho sobre el extremismo iraní como la verdadera amenaza en la región. Fue una oportunidad, especialmente para los líderes de Bahréin, de expresar cuán alineados estaban con la administración Trump. La Casa Blanca también intentó involucrar a los Estados del Golfo como inversores financieros en el plan propuesto.
jg: ¿Cómo se llegó a la presentación y firma de este plan en Washington? ¿Cuáles fueron algunos de los desafíos? ¿Qué decía el plan sobre la cuestión de la independencia del Estado palestino?
ef: Poco después de la reunión de Manama, Netanyahu y Benny Gantz llegaron a Washington para el lanzamiento del aspecto político del plan: intercambios de tierras para los palestinos y, a cambio, permiso para la anexión de parte de Israel de un tercio de Cisjordania. A los palestinos se les ofreció tierra en el Sinaí, que se vincularía con otros territorios palestinos mediante un futuro tren de alta velocidad, que dependería de inversiones, presumiblemente financiadas por capital del Golfo, a cambio de estos intercambios de tierras. Pero no había garantía de la independencia del Estado palestino.
En lugar de un Estado, a los palestinos se les ofreció una moratoria en la construcción de asentamientos durante algunos años, tiempo durante el cual podrían decidir si querían continuar las negociaciones o no. No había nada sobre el derecho de retorno. El plan fue, por supuesto, rechazado por los líderes palestinos. El día en que se anunció este rechazo, Netanyahu declaró abiertamente sus intenciones de anexar Cisjordania. Esto causó sorpresa y frustración entre los funcionarios de Trump que no apoyaban la anexión unilateral.
Los funcionarios de Trump estaban divididos entre los seguidores de Friedman, que respaldan la postura de Netanyahu, y figuras como Kushner, que querían una versión menos extrema de la anexión. Trump también estaba descontento: su equipo quería ver a Netanyahu involucrado en el proceso que habían planteado.
Fue entonces cuando los Emiratos Árabes Unidos (EAU) intervinieron. El embajador de los EAU, Yusuf al Otaiba, se reunió con Kushner en Washington y escribió un editorial en junio de 2020, cuya publicación original fue realizada en hebreo y en uno de los principales periódicos de Israel. Él argumentó en nombre de los EAU que la anexión no era aceptable, y que los planes de anexión y las conversaciones sobre la normalización eran contradictorios. Para los lectores israelíes, sugirió la posibilidad de la paz y enfatizó las similitudes sobre las diferencias. Esto sembró la semilla que originaría los Acuerdos de Abraham.
Durante la pandemia, Kushner y su asesor Avi Berkowitz viajaron a Israel para persuadir a Netanyahu de no anexar Cisjordania. Era plausible que las amenazas de Netanyahu fueran una maniobra electoral dirigida a los colonos extremistas y a los sectores más alineados con la derecha política israeli. Los EAU ya le habían indicado a Kushner que estaban dispuestos a la normalización a cambio del paro a la anexión. Esto formó efectivamente la base de los Acuerdos de Abraham, anunciados en agosto de 2020 a través de las redes sociales de Trump. Un mes después, Bahréin también quería unirse.
jg: ¿Cuál fue el impacto inmediato del anuncio de los Acuerdos de Abraham en 2020?
ef: Inicialmente, los anuncios desencadenaron una avalancha de peticiones en los Estados del Golfo por parte de todo tipo de grupos de la sociedad civil que criticaban las decisiones de los EAU y Bahréin. La respuesta se desarrolló en gran medida en línea debido a la pandemia. Los académicos religiosos lo condenaron, y grupos de la sociedad civil lideraron la oposición. Habríamos visto más protestas de no haber sido por la pandemia.
No obstante, la nueva relación comenzó a afianzarse y desarrollarse.
En los primeros dos años después del acuerdo, el comercio bilateral entre los EAU e Israel, las dos economías más significativas involucradas en los Acuerdos de Abraham, alcanzó los 2.000 millones de dólares. Ahora se proyecta que alcanzará los 4.000 millones de dólares en los primeros cinco años, impulsado por inversiones significativas de los fondos soberanos de los Emiratos en startups y empresas tecnológicas israelíes, así como por el turismo israelí a Dubái. El turismo no va en ambas direcciones: en diciembre de 2020, alrededor de 70 mil turistas israelíes visitaron Dubái, mientras que aproximadamente 3 mil emiratíes visitaron Israel. Sin embargo, existe una reticencia a la normalización a nivel popular, sin mencionar el continuo compromiso con los derechos de los palestinos.
En el ámbito militar, EEUU trasladó a Israel de la zona de Mando Europeo de los Estados Unidos [EUCOM, United States European Command] al Mando Central de los Estados Unidos [CENTCOM, United States Central Command], que cubre los Estados del Golfo y los países árabes. Con esto se buscaba profundizar el compromiso no solo entre Israel y los Estados árabes que estaban normalizando relaciones, sino también con la comunidad más amplia de Estados árabes que no habían normalizado.
También hubo una coordinación económica significativa. La industria del diamante, donde convergen los intereses de Dubái e Israel, se ha convertido en una de las principales áreas de comercio. Hay acuerdos entre universidades, think tanks y otros similares para promover la cooperación. Particularmente en el primer año después de la firma del acuerdo, hubo un gran impulso estatal por involucrar a Israel tanto en los Emiratos Árabes Unidos como en Bahréin.
Los Estados del Golfo e Israel en el siglo XX
jg: Me pregunto si pudieras situar los Acuerdos de Abraham en una historia más larga: ¿Cómo han visto los Estados del Golfo la cuestión palestina durante el último siglo? Desde la Revuelta Árabe de 1936 y el Plan de Partición de 1947 hasta la creación de Israel y la Nakba, la Guerra de los Seis Días y la Guerra del Yom Kipur, ¿qué indican estos momentos sobre el desarrollo del poder político en el Golfo Pérsico?
ef: Cada una de estas coyunturas ha generado un apoyo inequívoco a nivel popular en todo el mundo árabe hacia los palestinos. En 1936, cuando las noticias sobre huelgas laborales y revueltas armadas contra los colonos sionistas llegaron al Golfo a través de la radio y los periódicos, se realizaron esfuerzos de recaudación de fondos en varios lugares, incluido Bahréin. El Emir de Sharjah, uno de los siete emiratos de lo que hoy son los EAU, incluso hizo una donación personal a la causa. La solidaridad con los palestinos se debió al creciente sentimiento nacionalista-popular árabe y de la oposición al dominio británico, un enemigo colonial empeñado en dividir a la región.
El anuncio del plan de partición en 1947 desató disturbios en los nacientes Estados del Golfo. En Bahréin, trabajadores y estudiantes se declararon en huelga durante tres días. En 1967, hubo actos similares de solidaridad, y los gobernantes comenzaron a involucrarse. El jeque Zayed de Abu Dhabi en ese momento envió ayuda a las tropas en el frente del conflicto. Hubo una participación directa de un contingente kuwaití bajo el mando egipcio en 1967, en contraste con el período previo a la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobernante advirtió a los ciudadanos que no enviaran dinero (presumiblemente porque los británicos, que controlaban Kuwait en ese momento, no querían ver el surgimiento de la solidaridad antiimperialista en el mundo árabe).
dylan saba: La Guerra de Yom Kipur en 1973 vio a los Estados árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo [OPEP, Organization of the Petroleum Exporting Countries] lanzar recortes drásticos en la producción y prohibiciones de ventas que afectaron profundamente la economía política global. ¿Cómo moldearon estos eventos el futuro de la unidad política de los Estados del Golfo?
ef: Los recortes en la producción de petróleo y el embargo de exportación que comenzaron con esa guerra fueron uno de los casos más exitosos de acción coordinada entre los Estados del Golfo. Los precios del petróleo se cuadruplicaron en dos meses. Los altos precios del petróleo perduraron por muchos años después del embargo y generaron ganancias extraordinarias para los Estados del Golfo. También provocó varios cambios dentro de los Estados Unidos. La administración de Nixon dio inicio a un proyecto de largo plazo destinado a diversificar los suministros de energía más allá del petróleo de Medio Oriente. Paralelamente, se emprendió con gran determinación un esfuerzo diplomático por resolver el conflicto árabe-israelí. Tanto Nixon como Kissinger comenzaron a reconocer la estrecha relación, percibida por los líderes árabes, entre las negociaciones de paz para poner fin a la guerra y las dinámicas de los mercados energéticos globales.
Los primeros acuerdos de desenganche egipcio-israelí en 1974 allanaron el camino para los posteriores Acuerdos de Camp David en 1978 y el tratado de paz entre Egipto e Israel de 1979. El resultado del embargo petrolero en los Estados Unidos fue una diplomacia a largo plazo: ambos partidos políticos se dieron cuenta de que se necesitaba resolver el conflicto árabe-israelí. Este proceso le enseñó a los Estados del Golfo lo exitosa que podía ser la coordinación. La unidad política y económica más fuerte llegó poco después con el Consejo de Cooperación del Golfo, que los Estados del Golfo formaron en respuesta al estallido de la guerra Irán-Iraq en 1980.
jg: ¿Cómo surgió el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) en estos años? ¿Existían diferentes visiones de cooperación entre los fundadores?
ef: Los seis países que conforman el CCG—Bahréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos— se encontraron vulnerables a la Guerra Irán-Iraq. Los EAU evitaron tomar partido en el conflicto, adoptando públicamente una postura de no alineación. Con el tiempo, los líderes de esos Estados reconocieron que establecer alianzas formales podría ser clave para abordar sus preocupaciones de seguridad a largo plazo. Otro evento crucial fue, por supuesto, la revolución iraní de 1979, que tuvo enormes repercusiones en la región. Para las naciones del Golfo, marcó el inicio de una relación de seguridad más estrecha con Estados Unidos. Estos tres acontecimientos—el embargo de la OPEP en 1973, la revolución iraní de 1979 y la Guerra Irán-Iraq, especialmente la ofensiva iraní de 1982—fueron decisivos para una mayor colaboración entre los países del Golfo.
jg: En otras palabras, nos narras el período de formación del CCG durante la Guerra Irán-Irak como el momento en que los Estados del Golfo comenzaron a aumentar el gasto militar con los nuevos ingresos petroleros y se convirtieron en importantes compradores de armas. ¿Cómo han sido moldeados los Estados del Golfo por esta salida de armas para su nueva riqueza?
ef: Los años inmediatamente posteriores a la revolución iraní fueron un verdadero punto de entrada para la expansión de EEUU en la región, y los líderes del Golfo le dieron la bienvenida con entusiasmo. La retórica de Irán hablaba de exportar su revolución. La región estaba en alerta alta, especialmente en países como Arabia Saudita y Bahréin, con poblaciones chiítas significativas pero gobernantes sunitas. La respuesta entre los miembros del CCG fue hacer todo lo posible para acercar a los estadounidenses a la región como un elemento disuasorio. Como resultado, su gasto en defensa creció dramáticamente. En Bahréin, el gasto en defensa alcanzó el 8.5% del PIB en 1982, dos años después de la revolución iraní. La Quinta Flota de la Armada de los Estados Unidos trasladó su cuartel general al país. Ese fue el momento en que comenzaron a ver a los Estados Unidos como el protector necesario.
De Oslo al acuerdo nuclear con Irán
ds: ¿Cómo se relacionaron los Estados del Golfo con los Acuerdos de Oslo? ¿Vieron una posible resolución a la cuestión palestina—y, por ende, a la cuestión de la normalización—o fueron más cautelosos?
ef: Al comienzo del proceso de Oslo, había mucho optimismo en los Estados del Golfo de que este problema finalmente podría resolverse. Basado en la idea de que las conversaciones de paz terminarían con la creación de un Estado palestino, Omán y Qatar comenzaron a abrir sus puertas a Israel estableciendo oficinas comerciales preliminares en sus capitales. Sin embargo, ambas oficinas comerciales fueron cerradas cuando la solución de dos Estados no se materializó. En el caso de Qatar, esto ocurrió en parte como resultado de la presión tanto de Arabia Saudita como de Irán. En el año 2000, tanto Arabia Saudita como Irán amenazaron con retirar su asistencia de una cumbre islámica que se estaba planeando en Doha. Qatar cerró la oficina comercial, y un año después estalló la Segunda Intifada.
A lo largo de este período, los Estados del Golfo estaban en su mayoría comprometidos con la idea de «tierra por paz»—la interpretación legal internacional de la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU—que había regido todas las discusiones de paz árabe-israelíes desde 1967. Incluso durante esta primera ola de diálogo posterior a Oslo, el equilibrio general de poder en la región significaba que la normalización dependía de la creación de un Estado palestino. Así que cuando las perspectivas de esa vía se desmoronaron con el colapso de las llamadas negociaciones de paz durante la presidencia de George W. Bush, los Estados del Golfo, a su vez, retrocedieron el proceso de normalización.
jg: El año 2006 fue clave para dos eventos importantes que marcaron la creciente influencia de Irán en la región y el temor de los Estados del Golfo hacia esa influencia. Este temor se exacerbó durante la presidencia de Barack Obama con el acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán. ¿Cómo llegamos de aquí al proyecto de los Acuerdos de Abraham bajo Trump?
ef: En 2001, Arabia Saudita lanzó la Iniciativa de Paz Árabe, que representó una ruta para la normalización basada en la fórmula de «tierra por paz». Respaldada por la Liga Árabe, también incluía la condición de que Israel se retirara de los territorios ocupados, que en ese momento incluían Cisjordania, los Altos del Golán y también el Líbano, y reconociera un Estado palestino establecido.
Dos acontecimientos en 2006 empezaron a acercar estratégicamente a varios Estados del Golfo con Israel. En primer lugar, Irán anunció que había logrado enriquecer uranio por primera vez y puso en marcha un programa nuclear. En segundo lugar, Hezbolá logró expulsar a Israel del Líbano. Ambos sucesos enviaron una clara señal a los líderes del Golfo sobre el ascenso de Irán, junto con sus aliados y fuerzas subsidiarias, como una potencia significativa en la región. Al igual que en 1979, la región se enfrentaba nuevamente a la posibilidad de una fuerza rival que pudiera amenazar su posición a largo plazo.
Es en este momento cuando comenzamos a ver un acercamiento visible hacia Israel fuera de los parámetros de la cuestión palestina. La normalización de las relaciones económicas y el progreso hacia la creación de un Estado palestino comenzaron a desvincularse. En 2007, los EAU comenzaron a adquirir tecnología israelí para un sistema de gestión de tráfico y datos satelitales israelíes para vigilar el programa nuclear de Irán. A puertas cerradas, los israelíes, los Estados Unidos y funcionarios de varios Estados del Golfo—Bahréin, Arabia Saudita y los EAU—entraron en discusiones, más tarde reveladas por WikiLeaks, sobre la amenaza representada por Irán.
Desde la perspectiva del Golfo, estas conversaciones durante los años de la administración de Obama se centraron en cómo convencer a Estados Unidos de adoptar una postura más firme contra Irán, invocando mayores sanciones y aislamiento. Israel les parecía útil para obtener influencia en Washington.
ds: ¿Cómo se entiende la tensión o continuidad entre el movimiento de los Estados del Golfo contra el acuerdo nuclear con Irán, el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), y la ejecución de los Acuerdos de Abraham por parte de la administración Trump?
ef: La relación de los Estados del Golfo con Irán ha tenido dos fases: la primera, de 2006 a 2019, fue más confrontacional; la segunda, que creo que todavía estamos viviendo, se caracteriza por la desescalada, con el mensaje abrumador de construir lazos positivos y evitar conflictos.
Entre 2006 y 2019, los Estados del Golfo querían sanciones. Algunos incluso apoyaron en silencio la acción militar directa contra Irán. Ellos compartían con Netanyahu la opinión de JCPOA como un acuerdo que facilitaba la carrera de armas iraní, en lugar de obstaculizarla. Los Estados del Golfo querían que el JCPOA se centrará en la producción de misiles iraníes, una amenaza que, según argumentaban, estaba a la par con un programa nuclear.
Dos eventos llevaron a cambios en el enfoque. El primero fue el ataque a los petroleros que tuvo lugar frente a la costa de los EAU en el verano de 2019, dirigido a cuatro petroleros de tres nacionalidades diferentes. El siguiente fue el ataque a Aramco en Arabia Saudita. Ambos eventos provocaron un verdadero cambio de pensamiento para Arabia Saudita y los EAU, especialmente porque ocurrieron durante la administración de Trump. Con la ausencia diplomática de EEUU, e Irán sugiriendo de manera indirecta que los ataques fueron una represalia por la retirada de Trump del JCPOA, los Estados del Golfo comenzaron a inclinarse hacia la diplomacia con Irán. Tras esos ataques de 2019, los EAU e Irán organizaron múltiples intercambios diplomáticos. Y significativamente, Arabia Saudita e Irán restauraron sus relaciones después de siete años, en un acuerdo mediado por China. En los últimos meses han habido otras visitas, muy interesantes, entre ministros saudíes e iraníes en Doha, lo cual habría sido impensable hace algunos años. Así que los líderes del Golfo están enfocando sus esfuerzos hacia la desescalada con Irán. Están enviando un mensaje claro de que no quieren quedar atrapados en medio.
jg: La Primavera Árabe fue otra fuente de inestabilidad para las potencias del Golfo ¿Podrías hablar un poco sobre cómo impactó el 2011 a estos gobiernos y, por extensión, cómo ven el desacuerdo popular respecto a la normalización?
ef: Varios factores llevaron a este acercamiento entre los Estados del Golfo e Israel. El primero fueron los eventos de 2006. El segundo fue el ascenso de esta nueva generación de líderes del Golfo, menos interesados en la cuestión israelí-palestina y mucho más enfocados en la supuesta amenaza de Irán. Estos líderes tienden a ser más educados en Occidente, son pro-estadounidenses, y no tienen el mismo compromiso con el nacionalismo árabe que sus padres solían tener.
El tercero fue la Primavera Árabe, donde nuevamente hubo una convergencia entre los líderes del Golfo y Netanyahu en cuanto a las alianzas diplomáticas. En ese momento, Netanyahu describió la Primavera Árabe como otro 1979, otra amenaza a la seguridad de Israel. Mientras tanto, los Estados del Golfo estaban preocupados de que los movimientos pro-democracia pudieran empoderar a elementos islamistas en la región y amenazar la supervivencia estatal a largo plazo. Tanto Netanyahu como los líderes del Golfo coincidieron en que la Primavera Árabe era una amenaza para el statu quo regional.
La represión de la sociedad civil es, de hecho, lo que hace posible la normalización. Por ejemplo, Bahréin tuvo una rebelión similar a los movimientos masivos que vimos en otras partes de la región, y las fuerzas del CCG se movilizaron para darle fin. Los acuerdos con Israel son profundamente impopulares. Solo son posibles porque la representación popular está ausente. Incluso antes de la normalización, se realizaron encuestas regularmente en todo el mundo árabe preguntando si la población apoyaría las relaciones con Israel. En el Golfo, entre el 85 y el 95% de la población se opone consistentemente. La normalización no podría haber ocurrido salvo a través de la represión, y esto solo ha continuado después del 7 de octubre.
El 7 de octubre y los acuerdos de Abraham hoy
ds: ¿Cómo ha influido el 7 de octubre en la cuestión de la normalización?
ef: Los Estados del Golfo no quieren ver una escalada entre Israel e Irán. Saben que están atrapados en el medio y sufrirían, como mínimo, impactos indirectos en sus economías. El genocidio en Gaza ha puesto límites a una línea de tiempo más agresiva, no necesariamente porque los regímenes estén conmovidos por las muertes palestinas, sino porque la indignación popular dentro de sus países ha dejado más claro que nunca que los Acuerdos de Abraham y la legitimación que le otorgan a Israel son profundamente impopulares.
Pero para mí, el 7 de octubre y el año transcurrido desde entonces han sido la prueba definitiva del transcurso de la normalización. Incluso después de lo que Israel ha hecho en Gaza y en el Líbano—el costo brutal en vidas civiles y el sufrimiento, la dramática desestabilización de la región—el objetivo de la normalización ha sobrevivido entre los Estados del Golfo. No han expulsado a embajadores ni han hecho nada sustantivo para interrumpir sus relaciones con Israel.
ds: La tecnología militar y la inteligencia han sido un gran atractivo para que los Estados del Golfo, particularmente los Emiratos Árabes Unidos, busquen la normalización con Israel. Sin embargo, el 7 de octubre representó, en muchos aspectos, un fracaso de ambos activos en teoría estratégicos ¿Influye esto en la evaluación que los Estados del Golfo hacen de su relación con Estados Unidos e Israel, especialmente considerando que Irán, de alguna manera, podría verlos como aproximaciones parciales de Estados Unidos?
ef: Uno de los impulsores de la normalización es, sin duda, la capacidad de adquirir tecnología de Israel. Aunque el 7 de octubre fue un fracaso en términos de seguridad para Israel, eso no disminuye la utilidad que los Estados del Golfo ven en su tecnología, en especial, la tecnología antimisiles.
Cuando se firmaron los Acuerdos de Abraham, no se mencionó ni una sola palabra sobre seguridad o tensiones con Irán; todo se centraba en la cooperación económica, los lazos entre pueblos y el comercio. Esta es una omisión muy llamativa, porque estos Estados ahora están involucrados en el tipo de diplomacia de segunda fase hacia Irán, dejando de lado un enfoque activamente antagónico. Aún quieren adquirir armas e inteligencia de Israel para protegerse de futuros ataques de Irán, pero al mismo tiempo no quieren provocar ataques futuros de grupos cercanos a Irán al involucrarse en este lenguaje militar confrontacional. Si se observa el primer año de los Acuerdos, no se mencionan las transferencias tecnológicas o militares.
Esto cambió en el segundo año de los Acuerdos. En enero de 2022, los Emiratos Árabes Unidos fueron impactados por tres ataques con misiles. Como respuesta, los EAU le solicitaron a Israel públicamente y por primera vez tecnología antimísiles y contra drones. Israel les proporcionó el sistema Barak, que los Emiratos desplegaron poco después. Los líderes emiratíes creen que fue Israel, en lugar de Estados Unidos, quien les dio su protección. Varios días después, Israel envió un equipo a los Emiratos para investigar cómo ocurrieron los ataques. Bahréin, en contraste con Arabia Saudita y los Emiratos, desde un principio hizo declaraciones aprobatorias sobre la presencia del Mossad en el país. Esto muestra un enfoque diferente, y más confrontacional hacia Irán.
En el ámbito de la gobernanza interna, los softwares espía israelíes, como Pegasus, han ayudado a los Estados del Golfo a manejar la disidencia interna. Antes del 7 de octubre, existía la percepción de que Israel había gestionado con éxito una ocupación permanente, apoyándose en tecnología de vanguardia para lograrlo. La transferencia de conocimientos, tanto sobre la tecnología como en el enfoque organizativo para vigilar a una población sometida, resultó valiosa para los Estados del Golfo.
El uso de software espía en los Emiratos Árabes Unidos ha sido documentado como herramienta para vigilar a algunos de sus disidentes más prominentes. En mi libro mencioné el caso de Ahmed Mansour, quien fue blanco de múltiples ataques. Aunque el origen del tipo de software de vigilancia utilizado para rastrearlo es confuso—se vende a través de Chipre u otros lugares—una parte era ciertamente israelí. Bahréin ha sido menos hábil en este sentido. El descontento en Bahréin ha sido mucho más visible que en los Emiratos, e involucra a una sección mucho más amplia de la sociedad. Durante su Primavera Árabe, Bahréin recurrió a formas más típicas de represión, como arrestos e interrogatorios. Pero no me sorprendería que Bahréin también adquiriera un software espía más sofisticado.
ds: Mencionaste cómo los Estados del Golfo, al promover una narrativa específica sobre la normalización, han relegado la cuestión palestina y presentan el conflicto árabe-israelí como algo antiguo o superado, que ahora puede gestionarse en lugar de negociarse. El 7 de octubre fue tanto una reacción a ese enfoque como una ruptura con esa narrativa.
ef: Esta es precisamente la lógica detrás de la normalización: la cuestión palestina es irresoluble; por lo tanto, no vale la pena dedicar demasiado tiempo a intentar solucionarla. Pero, a la vez, ¿por qué permitir que se obstaculice el fortalecimiento de lazos con un socio útil? El cambio generacional de liderazgo en el Golfo puede definirse así.
Este punto de vista fue compartido por los funcionarios estadounidenses en la administración Trump. Pero el 7 de octubre mostró que, en realidad, la cuestión palestina no puede ser contenida. Incluso si no te preocupas realmente por la ocupación, su explosión en un conflicto devastador tiene implicaciones para la estabilidad regional y económica. Tomemos los ataques de los hutíes en el Mar Rojo o los misiles lanzados ocasionalmente desde Yemen; esto se convierte en un problema inmediato para Arabia Saudita, que está desarrollando la meca futurista de Neom justo en el Mar Rojo. El 7 de octubre disipó la narrativa de la normalización y demostró que no se puede simplemente ignorar la cuestión de la independencia palestina.
Por supuesto, otra consecuencia del 7 de octubre ha sido la contundente manifestación de apoyo árabe hacia los palestinos. Esto ha desmontado el mito asociado a los Acuerdos de Abraham de que las poblaciones del Golfo han dejado de preocuparse por los palestinos y están dispuestas a normalizar relaciones sin cuestionamientos. En el caso de Estados más expuestos al descontento social, como Arabia Saudita, el costo político de la normalización se ha incrementado significativamente.
ds: Parece que, a pesar de que la guerra ha dificultado mucho la normalización, la administración Biden ha intentado resolver la guerra con la normalización misma. ¿Es esta una posición desesperada de la administración Biden? ¿O realmente existe la posibilidad de un acuerdo en el que la normalización juegue un papel central, y los Estados del Golfo acepten la administración externa de Gaza?
ef: El enfoque de Brett McGurk, Tony Blinken, Jake Sullivan, entre otros, es exactamente ese: un acuerdo en el que se involucre a Arabia Saudita, ofreciendole la normalización y un Estado palestino—o al menos un camino hacia un Estado palestino— a cambio de un acuerdo de defensa. Los funcionarios saudíes han aclarado en varias ocasiones que para ellos conformarse lo minimo sería la creación de un Estado palestino. Y lo que están buscando de Estados Unidos es algo bastante significativo: no solo un acuerdo de seguridad vinculante, sino algo similar a un acuerdo del Artículo 5 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en el que, si Arabia Saudita es atacada, Estados Unidos se vea obligado a responder. Además de eso, quieren tecnología avanzada antimisiles y acceso a un programa nuclear civil.
La normalización con Arabia Saudita está lejos de ser un hecho, y creo que los funcionarios estadounidenses han sido demasiado optimistas. La estrategia a largo plazo de EEUU es delegar sus políticas regionales a una alianza de monarquías suníes del Golfo y a Israel. Pero hay varios puntos problemáticos con esto. El primero es si el Congreso alguna vez le daría a Arabia Saudita lo que está pidiendo. En segundo lugar, está la exigencia de un Estado palestino, al que el actual gobierno en Israel— el más alineado con la derecha en su historia—no accedería. Ningún líder israelí apoya esto, y las elecciones presidenciales de Estados Unidos, desde el punto de vista del mundo árabe, fueron un concurso entre lo malo y lo peor—ya se le ha dado carta blanca a Netanyahu, y no hay razón para esperar que el segundo mandato de Trump sea diferente.
Entonces, la pregunta es: ¿estarían dispuestos los saudíes a aceptar la normalización sin un Estado palestino? Algunos afirman que el príncipe heredero no considera que un Estado palestino sea una prioridad y que cualquier gesto simbólico sería suficiente. Por otro lado, hay quienes creen que sería un riesgo demasiado alto generar descontento entre su población interna. Arabia Saudita lideró la Iniciativa de Paz Árabe y no quiere perder su influencia, y mucho menos alienar a millones de musulmanes fuera del Golfo que son firmemente pro-palestinos.
Este ensayo fue traducido del inglés al español por Isabel Tamayo.
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