Está en marcha una revolución tecnológica global, con China a la cabeza. Los líderes de China la llaman la movilización de “nuevas fuerzas productivas de calidad”, en referencia a una serie de “grandes cambios que no se habían visto en un siglo”. En un Occidente cada vez más paralizado, cada avance que acapara titulares se interpreta como un “momento Sputnik”, con la esperanza de galvanizar una respuesta política ambiciosa. Ese fue el caso con DeepSeek, un modelo de lenguaje grande de código abierto y gran eficiencia que absorbió billones del auge bursátil de la IA en Wall Street. Luego vino el momento del lado oscuro de la luna, cuando un rover chino reconfiguró la carrera espacial en torno a satélites militarizados, con implicaciones para la hegemonía estadounidense en la región del Indo-Pacífico.
Ahora estamos en el momento de Build Your Dreams (BYD). BYD, el principal fabricante chino de vehículos eléctricos, salió de su mercado local en una sorprendente expansión internacional, y en el proceso amenazó a las coaliciones políticas en Europa ligadas al motor de combustión interna. Se espera que el dramático aumento de la inversión china en las “nuevas tres” —vehículos eléctricos, baterías y energía solar— reduzca la demanda de petróleo en 5 millones de barriles por día para 2030. Esta tecnología verde más barata está permitiendo ahora que más de un centenar de países se liberen de los costosos hidrocarburos importados y se acerquen a las cumbres más luminosas de la autosuficiencia eléctrica.


El paquete chino de automatización, digitalización y electrificación ofrece a empresas y naciones no solamente una reducción de emisiones de carbono, sino también —de forma aún más persuasiva— productividad, eficiencia y soberanía energética. La base material de los sistemas globales de producción, consumo e información está siendo transformada. No hace falta ser marxista para ver que eso implicará una transformación radical en la política global.
¿Dónde se podrá originar el próximo momento Sputnik? Los expertos están considerando las fábricas automatizadas, la biotecnología y la biomedicina, pequeños reactores nucleares modulares, drones, baterías de sodio-ion y chips para procesamiento de IA.
Este predominio de China en asuntos tecnológicos está causando lo que Adam Tooze ha llamado el “segundo shock chino”. Si el primero se dio cuando China fue incorporada a las cadenas de suministro occidentales y del este asiático, el segundo opera en sentido inverso: ahora es Occidente el que “suplica” para ser incorporado a las suyas. Por primera vez en dos siglos, Occidente ya no es el amo de las tecnologías del futuro, sino el receptor. En este contexto, los aliados de Estados Unidos en Europa y Asia oriental comienzan a distanciarse de una potencia estadounidense cada vez más transaccional y rezagada en tecnologías clave.
Estos desarrollos están reconfigurando el orden global y las relaciones multilaterales y bilaterales que lo sustentan. Todas las tensiones del momento estuvieron en juego en el foro de los BRICS para países de ingresos medios que se reunió en Brasilia. En los últimos dos años, el grupo ha duplicado sus miembros originales al incorporar cinco nuevos países: Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía, Indonesia e Irán. Este año, la presidencia de Brasil buscó que los BRICS se enfocaran en la industrialización verde, las finanzas climáticas y la gobernanza sostenible. A diferencia de su misión original de confrontar a las instituciones occidentales, el bloque se caracteriza hoy, en gran parte, por su ambición de aislarse estratégicamente de Estados Unidos y de promover una nueva visión de soberanía tecnológica impulsada principalmente por energías limpias.
Mientras que Occidente ve a los BRICS como un bloque antioccidental empeñado quijotescamente en desdolarizar la economía, el bloque se mantiene unido no tanto por el rechazo al orden anterior, sino por la atracción hacia la transformación material de una nueva soberanía en el marco de una nueva globalización.
Expectativas y reformas
En 2001, en pleno apogeo de la globalización financiera liderada por Estados Unidos, Jim O’Neill, de Goldman Sachs, acuñó un acrónimo llamativo —BRIC— en el contexto de una tesis de inversión en mercados emergentes para Wall Street. Brasil, Rusia, India y China (Sudáfrica no se uniría sino hasta 2010) fueron identificados como economías de rápido crecimiento, tanto en términos de productividad como de apreciación monetaria. Combinando estos datos con información específica de cada país sobre población, infraestructura e inversión, O’Neill predijo que el PIB de India superaría al de Japón para 2032, y que China sería la mayor economía del mundo para 2041. Estos desarrollos, especulaban los analistas de Goldman, tendrían implicaciones para las carteras globales de inversión y obligarían a un cambio en la posición dominante de Occidente.
El foro BRIC se estableció formalmente en Rusia, en 2009, en parte para diseñar una respuesta no occidental a la crisis financiera de 2008 y protegerse de las ondas de choque que esta generó. Sus miembros compartían el objetivo común de reformar la gobernanza global, redistribuir los derechos de voto en el FMI y el Banco Mundial, mejorar el comercio Sur–Sur y ampliar el uso de monedas locales en las transacciones internacionales.
En 2014, con Sudáfrica ahora como miembro, los BRICS lanzaron instituciones que imitaban aquellas creadas en Bretton Woods. El Nuevo Banco de Desarrollo —New Development Bank (NDB) en el inglés original— fue concebido para ofrecer financiamiento al desarrollo al estilo del Banco Mundial, y el Acuerdo de Reservas Contingentes —Contingent Reserve Arrangement (CRA) en el inglés original—para proporcionar liquidez sin las onerosas condicionalidades del FMI. Occidente recibió estas nuevas instituciones con confianza y optimismo, ya que estaban limitadas por las diferencias internas entre los países BRICS, lo cual restringía su alcance y escala. La cartera de préstamos del NDB es pequeña en comparación con su capital pagado; el CRA depende en gran parte de decisiones del FMI para financiar las líneas de apoyo que ofrece.
Sin embargo, el tono cambió después de 2020, cuando Estados Unidos y la Unión Europea se unieron en torno a la agenda de confrontación de Biden con China y Rusia. En 2022, las potencias occidentales impusieron conjuntamente sanciones financieras a Rusia tras la invasión de Ucrania, y se alinearon para bloquear el acceso de China a tecnologías avanzadas. Aunque Europa se mostró reacia al agresivo “desacoplamiento” impulsado por Estados Unidos y optó por una estrategia más gradual de “reducción de riesgos” —derisking en el inglés original—, ambos lados del Atlántico coincidían en considerar a los BRICS como un bloque antioccidental.


Como consecuencia de la guerra, los BRICS se vieron obligados a centrarse más en la geopolítica que en la gobernanza global, y giraron hacia una estrategia de no alineación en materia de comercio e inversiones. Rusia incluyó la desdolarización en la agenda del bloque para 2023–2024. Sin embargo, la dependencia del dólar era difícil de evitar. El Banco de Desarrollo de los BRICS dejó de operar en Rusia en 2022, pues ninguno de los otros miembros quería perder el acceso al sistema bancario internacional vinculado al dólar.
Diversificar, desdolarizar, descarbonizar
Con la posibilidad de la reelección de Trump, la unidad entre la Unión Europea y Estados Unidos comenzó a resquebrajarse. Líderes centristas europeos ahora declaran que Estados Unidos es un “enemigo del proyecto europeo”. Muchos países europeos están hoy persiguiendo los mismos objetivos que varios países del Sur Global: reducir su exposición a Estados Unidos e incluso crear un nuevo conjunto de instituciones que refuercen su soberanía, frente a un orden mundial desestabilizado, marcado por el uso del dólar con fines coercitivos, guerras comerciales y la ruptura de acuerdos de seguridad.
Con el bloque del Atlántico Norte bajo presión, el interés en los BRICS está en aumento. La legitimidad occidental, además, yace entre los escombros de Gaza. Los miembros nuevos y aspirantes del bloque tienen motivaciones diversas, según ha documentado el think tank Carnegie Endowment. Para Egipto, que lleva años enfrentando escasez de dólares y programas del FMI, las transacciones en monedas locales resultan atractivas. Para Indonesia, la diversificación comercial y diplomática expresa su histórica política de no alineación. Nigeria, por su parte, busca estrechar lazos económicos con países más grandes y asumir un mayor liderazgo regional en África. Para los Emiratos Árabes Unidos, el bloque representa una vía para ampliar su influencia regional. Arabia Saudita (invitada, pero aún no aceptada) comparte esa visión. Según Layla Ali, del Gulf Research Center, ambos países “ven en la cumbre de los BRICS una plataforma estratégica para ampliar sus lazos diplomáticos y económicos a escala global”.
Cooperación industrial verde
Actualmente se libra una intensa disputa dentro del propio bloque BRICS. Los países miembros ricos en petróleo y gas enfrentan un desafío creciente a sus modelos de crecimiento por parte de aquellas economías del BRICS que están adoptando políticas industriales más ecológicas. Los países que históricamente importaban grandes cantidades de petróleo y gas desde Rusia o Irán se enfrentan ahora al rápido auge de las energías renovables; este es el caso de China, pero también de Brasil, India y Sudáfrica. Como resultado, los combustibles fósiles representan hoy menos de la mitad de la generación total de electricidad del bloque.


Esto no ha impedido que Rusia e Irán sigan extrayendo más petróleo y gas. La exportación china de tecnologías limpias para la generación de energía y la electrificación, así como sus avances en tecnología verde y mecanismos de financiamiento, están logrando convencer a varios países, pero el resultado final aún está por verse. Esta competencia implícita sobre la matriz energética dominante —y la economía política que la sostiene— definirá no solo las relaciones de poder geopolítico dentro de los BRICS en las próximas décadas, sino también el destino de la mayoría de los pueblos del mundo. Para ganar esta disputa, China está avanzando hacia una posición hegemónica no solamente exportando productos verdes, sino también provocando un cambio estructural mediante la exportación de su tecnología, ingeniería, cadenas de suministro y financiamiento.
Dos informes recientes de analistas del Clean Energy Finance (CEF) and Net Zero Industrial Policy Lab ilustran ejemplos de cooperación industrial verde entre China y grandes países en desarrollo. Los países más pequeños continúan funcionando principalmente como mercados de exportación. CEF estima que, desde principios de 2023, las empresas chinas han invertido más de 100 mil millones de dólares en el extranjero en más de 130 tecnologías limpias, en lo que denominan un “tsunami de energía limpia”.
La cooperación industrial verde bilateral entre miembros BRICS sugiere nuevos patrones de desarrollo económico que aprovechan dos ventajas: primero, los países miembros ya poseen muchas de las principales tecnologías verdes del mundo; segundo, tienen mercados internos de consumo en rápido crecimiento que ofrecen escala y rentabilidad para el desarrollo industrial.
Brasil y China
Bajo el liderazgo del presidente Lula, Brasil está avanzando con mayor decisión hacia Beijing. Lula convenció directamente a la empresa china BYD de invertir en una planta en el estado nororiental de Bahía, que será su primer centro de producción de vehículos eléctricos fuera de Asia, con una proyección de 150 mil vehículos al año. Sin duda, el amplio mercado de consumo de Brasil le dio a Lula capacidad de negociación para intercambiar tecnología por acceso al mercado. Impulsada por la política industrial Nova Indústria Brasil, Bahía se está convirtiendo en un microcosmos de la transición energética global y de la transición hegemónica. Dos gigantes industriales estadounidenses del siglo XX —Ford y GE— vendieron sus plantas en Camaçari a BYD y Gold Wind, los mayores fabricantes mundiales de vehículos eléctricos y turbinas eólicas, respectivamente. Para asegurar la generación de valor agregado y conocimiento local, el gobierno de Bahía negoció con BYD la instalación de un centro de I+D y metas de localización. El primer vehículo “hecho en Brasil” por BYD salió justo antes de la cumbre de los BRICS.
China y Emiratos Árabes Unidos
China y los Emiratos Árabes cooperan en vehículos eléctricos, energía solar y metales para la transición energética. El poder de negociación de los EAU para exigir cláusulas de localización y transferencia de propiedad intelectual ha aumentado, a medida que las empresas chinas enfrentan más aranceles en los mercados occidentales. Empresas solares chinas como LONGi están generando conocimiento y capacidades locales, como lo demuestra su academia solar en Dubái. Al tiempo, procesan metales provenientes de la gigante minera brasileña de hierro en centros de producción de acero verde de empresas chinas ubicados en el reino del Golfo.
India y Brasil
No toda colaboración entre los BRICS involucra a China. Brasil e India, ambos con poderosas coaliciones rurales en sus parlamentos, han centrado su cooperación en los biocombustibles sostenibles. Planean liderar una Alianza Global de Biocombustibles para combinar recursos, experticia y tecnología con el objetivo de eventualmente triplicar su producción conjunta de biocombustibles para aviación, automóviles y transporte marítimo. Esta alianza combina la experiencia tecnológica de Brasil, sus patentes y décadas de desarrollo industrial en biocombustibles, con la creciente demanda de India (que ya es el tercer mayor consumidor mundial de etanol) y su sector de aviación comercial en rápida expansión.
No hay marcha atrás
Una crítica común a las iniciativas multilaterales de los BRICS es que carecen de eficacia: el NDB y el CRA no son lo suficientemente grandes para cumplir su función, y los esfuerzos de reforma coordinada dentro de los sistemas de votación de Bretton Woods han resultado infructuosos.
Sin embargo, cada país está avanzando en sus propias estrategias de desdolarización, así como en energías limpias y manufactura verde. BRICS es, en esencia, un intento por comprender y dar forma a un orden mundial posestadounidense, y hoy en día son muchas más las naciones interesadas en ese proyecto. Larry Summers lo expresó de forma clara en 2023: “Hay una aceptación creciente de la fragmentación y —quizá de manera aún más preocupante— creo que hay una percepción creciente de que tal vez el nuestro no sea el mejor fragmento con el cual asociarse.”

¿Quién será dueño de las industrias verdes y sus cadenas de valor? El caso del productor de metales Vale es revelador. Su presidente declaró recientemente en una entrevista: “Somos una empresa brasileña dirigida desde Canadá, en alianza comercial desde Indonesia con los chinos, y los saudíes tienen un 10 por ciento de participación con nosotros. Bienvenidos a la próxima etapa de la complejidad política del mundo en que vivimos”. ¿Pueden las colaboraciones bilaterales y los avances tecnológicos chinos sumar hasta generar un cambio sistémico, una transformación en el orden mundial?
El orden geopolítico de la posguerra descansaba sobre tres pilares: la hegemonía estadounidense, el sistema energético basado en combustibles fósiles y un orden comercial multilateral abierto. Hoy, Estados Unidos ha atacado cada uno de esos pilares en los fundamentos de su orden global hidrocarburífero.
Ahora existen dos modelos globales en competencia para la energía y la influencia: uno basado en los combustibles fósiles, y otro en las tecnologías verdes y un nuevo modelo de desarrollo sostenible. La tecnología china se está expandiendo porque muchos la desean. Sin embargo, no existe aún un respaldo integral en términos de financiamiento, comercio o transferencia tecnológica, ya que no se ha construido un nuevo orden internacional de gobernanza sostenible. La pregunta crítica sobre el futuro de los BRICS radica en la disposición y la capacidad de sus países miembros para fomentar una colaboración más amplia en los campos de la tecnología, el comercio y las finanzas. A un cuarto del camino hacia el siglo XXII, todo está en juego.
The Polycrisis es una publicación enfocada en cuestiones macroeconómicas, de seguridad energética y geopolítica.
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