Durante el último cuarto de siglo, los países exportadores de petróleo, en particular los miembros de la Organización de países exportadores de petróleo (OPEP) —Organization of the Petroleum Exporting Countries (OPEC) en el inglés original—, han estado expuestos a cambios extremos en el mercado petrolero y en la geopolítica global. Con una volatilidad derivada del auge de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos, la intensificación del debate internacional y de políticas destinadas a reducir las emisiones de carbono, el colapso del consumo durante los confinamientos por el Covid-19, y el creciente fraccionamiento geoeconómico, los exportadores vienen buscando nuevas vías de cooperación.
El proceso de realineamiento comenzó en el año 2000, cuando se celebró la Segunda Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la OPEP por primera vez desde 1975. En dicha reunión, los líderes relanzaron la organización con el objetivo de consolidar sus facciones dispersas. Desde su fundación, la OPEP ha experimentado una tensión entre su identidad como una organización “política”, que defiende los intereses de los países en desarrollo y del Sur Global, y como una asociación “económica” orientada a maximizar los ingresos de sus países miembros. Este doble propósito resurgiría con fuerza en 2007, cuando el “bloque económico”, liderado por las monarquías del Golfo, se enfrentó al “bloque político”, encabezado por Venezuela e Irán, abiertamente críticos del imperialismo estadounidense.
El año 2016 marcó un cambio histórico: un acercamiento entre Arabia Saudita y la Federación Rusa dio lugar a la creación de la OPEP+, un acuerdo de cooperación más amplio y flexible centrado en la defensa de los precios. Aunque se consolidó bajo el paraguas “económico” de la OPEP, este acercamiento señaló, no obstante, un posible cambio en el equilibrio global de poder.
Lo que sigue en el presente texto es una visión general de los orígenes de esta nueva configuración y sus perspectivas para enfrentar un nuevo conjunto de desafíos geopolíticos y económicos entrelazados. La OPEP+ representa un modelo único de cooperación global entre países exportadores de recursos del Sur Global e incluye a miembros clave de los BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—. Aún está por verse si pueden forjarse alianzas similares en torno a otros recursos naturales y minerales estratégicos o en contextos políticos distintos.
La OPEP y Rusia en el nuevo siglo
Es sensato decir que los primeros años de la década de 2000 representaron una nueva “época dorada” para la OPEP. Con la elección de Hugo Chávez en 2000, Venezuela comenzó a revertir la “apertura petrolera”, en la que la empresa nacional Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) había puesto en riesgo el régimen fiscal del país y debilitado el control estatal del sector petrolero al atraer inversión extranjera. A finales de los años noventa, Venezuela estaba “sobreproduciendo” unos 800.000 barriles por día (bpd) y los tecnócratas del petróleo querían que el país se retirara de la OPEP, que había ayudado a fundar. Como un líder joven y carismático, Chávez y su ministro de Petróleo, Rafael Ramírez (coautor de este artículo), se enfocaron en fortalecer la organización, restablecer el régimen fiscal petrolero y permitir que PDVSA recuperara el control operativo de la producción bajo una política denominada “plena soberanía petrolera”.
Con un nuevo liderazgo en Venezuela y un mercado global favorable, la OPEP comenzó a actuar nuevamente. Los Estados miembros introdujeron nuevas bandas de precios y se comprometieron a un esfuerzo renovado para respetar las cuotas. Mientras tanto, el mercado petrolero restringido de principios de los 2000 les dio a los productores un margen de maniobra. Una de sus intervenciones más notables fue un recorte extraordinario de 4,2 millones de barriles por día (mbd) decidido en la Reunión de Orán de 2008 en Argelia, la reunión más grande en la historia de la organización. El recorte permitió que el precio se recuperara de su caída vertiginosa de más del 40 por ciento tras la crisis financiera en Estados Unidos. Ese año, el precio del petróleo alcanzó un máximo histórico de casi 150 dólares por barril.
El segundo mayor exportador de petróleo del mundo no se uniría a la fiesta; esto se debía en parte al legado de la Guerra Fría, cuando las diferencias políticas entre la Unión Soviética, Irán y Arabia Saudita eran pronunciadas. La Unión Soviética se veía a sí misma como una potencia industrial con poco en común con los exportadores de materias primas. Siendo un actor político activo en Medio Oriente y aliado cercano de algunos poderes árabes socialistas y laicos, la URSS era vista como una amenaza potencial para la estabilidad interna de las monarquías del Golfo.
Hubo un esfuerzo cooperativo de corta duración, liderado por Mijaíl Gorbachov, para amortiguar los efectos del contra-choque petrolero de 1985, pero no se logró ningún acuerdo. Adicionalmente, la perspectiva de trabajar con la OPEP pareció desvanecerse permanentemente una vez que la disolución de la Unión Soviética debilitó el control estatal sobre el sector petrolero ruso. En ese momento, la expectativa de los gobiernos de Europa y de Estados Unidos era que Rusia se integraría plenamente en un mercado energético euroasiático libre – una especie de El Dorado del capital fósil, con capital fluyendo hacia el Este y recursos fluyendo hacia el Oeste. El espíritu de la época se reflejó en la firma del Tratado de la Carta de la Energía (TCE) —Energy Charter Treaty (ECT)en el inglés original— en 1994, seguido por la inclusión de Rusia en el G7 en 1998.
Durante la década de 1990, el sector petrolero ruso fue regionalizado y privatizado. Para 2002, el 80 por ciento de la producción petrolera rusa terminó en manos privadas (en comparación con el 10 por ciento a mediados de los años noventa), una política con consecuencias severas para los ingresos del país y el bienestar general. Entre 1991 y 1996, el PIB de Rusia cayó un 40 por ciento, la pobreza aumentó dramáticamente y las instituciones estatales quedaron privadas de ingresos fiscales. Se estimaba la fuga de capitales alrededor de los 17 mil millones de dólares anuales.
Este fue el contexto en el que Vladímir Putin emergió como la figura política dominante en Rusia. Cuando Borís Yeltsin nombró a Putin presidente en 1999, este ya tenía una visión para el sector energético: los recursos minerales, sostenía, debían en última instancia respaldar el poder del Estado. El Estado ruso reafirmó su rol en el sector petrolero tras la ola de privatizaciones de los años noventa, obligando a las compañías petroleras a pagar impuestos a la exportación y regalías, y retomando la intervención directa del Estado en la producción de petróleo. Las expropiaciones y ventas forzadas de grandes empresas privadas —incluyendo el infame caso de YUKOS— caracterizaron los primeros años de los 2000.
A mediados de la década de 2000, ROSNEFT —la empresa petrolera controlada por el Estado ruso— era responsable de casi la mitad de la producción petrolera del país. Es significativo que las compañías petroleras privadas e internacionales mantenían una presencia decisiva en el sector petrolero (hasta 2022, por ejemplo, la BP aún poseía una quinta parte de ROSNEFT). En ese entonces, persistían presiones internas e internacionales significativas para tratar el petróleo como una mercancía, no restringida por acuerdos internacionales que pudieran limitar la producción rusa.
La OPEP intentó coordinarse con otros países exportadores de petróleo, especialmente fuera de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) —Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD) en el inglés original—. En conferencias sucesivas después de 2003, productores como Noruega, México, la Federación Rusa, Siria y Omán fueron invitados como países “observadores”. No obstante, la organización estaba dividida sobre cómo tratar con Rusia. El ministro saudí Ali al-Naimi, uno de los ministros más influyentes del grupo y el primer saudí en dirigir Saudi Aramco, insistía en que Rusia no se comprometería con acuerdos creíbles de recorte de producción, mientras que Venezuela, Irán y algunos países del norte de África abogaban por vínculos más estrechos con el enorme país productor.
En 2005 se alcanzó una solución intermedia para crear un organismo técnico de diálogo con la Federación Rusa a nivel del Secretario General de la OPEP. En la Cumbre de la OPEP de 2007 en Riad, Chávez abogó vehementemente por fortalecer el papel político de la organización, citando su contribución a la lucha contra la pobreza en los países en desarrollo, y cuestionó la persistente centralidad del dólar en los mercados internacionales. El “bloque político” propuso entonces el establecimiento de una cesta de monedas para reemplazar al dólar en las transacciones petroleras, una medida que fue intensamente debatida y finalmente descartada debido a la oposición del bloque económico de las monarquías del Golfo lideradas por Arabia Saudita (una propuesta similar ya había sido impulsada sin éxito en la década de 1970). Sin embargo, se reafirmó la necesidad de que la OPEP se centrara en mantener la estabilidad del mercado.
La revolución del esquisto llega a la OPEP
A principios de la década de 2010, la OPEP experimentó un cambio de rumbo dramático. La Primavera Árabe, la intervención de la OTAN en Libia y la muerte de Hugo Chávez debilitaron a los países del bloque político, y fortalecieron indirectamente la posición de las monarquías. Al mismo tiempo, una revolución tecnológica sacudió la industria petrolera, con profundas implicaciones geopolíticas.
En 2006, las importaciones netas de petróleo de Estados Unidos (13 mbd) constituían el 60 por ciento del consumo total; para 2019, esta cifra había caído al 3 por ciento. El cambio se debió al auge del petróleo de esquisto, un desarrollo tan significativo como los descubrimientos del Mar del Norte en la década de 1970. Con financiamiento barato disponible tras la crisis financiera y el régimen de bajas tasas de interés, la potencia militar-económica más poderosa del mundo volvió a convertirse en el principal productor mundial de petróleo y gas. La dependencia estratégica del petróleo de otras naciones —una característica constante de la economía política estadounidense desde 1948— se redujo significativamente (este año, se prevé que las importaciones netas de crudo de Estados Unidos sean las más bajas desde 1971).
Desde el punto de vista de la Secretaría General de la OPEP, hasta 2012 la producción de petróleo de esquisto no se consideraba un factor estructural que guiara los cambios a mediano plazo en el mercado. De hecho, en su reunión de diciembre de 2011, la OPEP mantuvo su nivel de producción fijo en 30 mbd. Sin embargo, el crecimiento explosivo de la producción en los campos de esquisto de Estados Unidos llamó rápidamente la atención no solamente de la OPEP, sino también de la Federación Rusa.
En octubre de 2013, tuvo lugar una reunión de alto nivel entre la OPEP y Rusia en Moscú, durante la cual uno de los dos temas principales fue la evaluación del “desarrollo del petróleo compacto y del gas de esquisto en Estados Unidos”. Al mes siguiente, la 164ª Conferencia Ministerial de la OPEP abordó el tema y pidió al Secretario General una actualización del mercado a mediano plazo, incluyendo una mirada sobre el impacto y las perspectivas de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos. El informe resultante mostró un aumento de la producción estadounidense de 1,14 mbd en 2013, y un nuevo incremento de 0,95 mbd en 2014.
En una reunión a puerta cerrada con los ministros, una presentación compartida por el Secretario General Abdala Salem El Badri indicó que la producción de petróleo en formaciones apretadas en Estados Unidos se ubicaba en 3,29 mbd en 2013, y proyectaba un aumento —tanto de petróleo apretado como de esquisto— de 2,61 mbd, alcanzando un total de 5,9 mbd en 2019. La OPEP reconocía así que el petróleo de esquisto aumentaría significativamente, gracias a mejoras en la eficiencia de perforación y nuevos pozos, pero estimaba erróneamente que la producción de petróleo apretado alcanzaría su punto máximo en 2019, con 5,9 mbd, y luego comenzaría a declinar. Los ministros pensaban que esos volúmenes podrían ser absorbidos eventualmente por la creciente demanda global, que se esperaba continuaría aumentando hasta 2015, superando el umbral de los 90 mbd.
Para cuando la OPEP comenzó a reaccionar, ya era demasiado tarde. Desde mediados de 2014, los precios del petróleo empezaron a caer ante el aumento de la oferta global y la desaceleración de la demanda china. Al margen de la 165ª Conferencia Ministerial, en noviembre de 2014, Venezuela promovió una reunión a puerta cerrada entre representantes de Rusia, México, Venezuela y Arabia Saudita. México estuvo representado por el Secretario de Energía Pedro J. Coldwell, Arabia Saudita por Naimi y el gobernador saudí ante la OPEP Mohammed al-Madi, Venezuela por el Ministro del Petróleo Rafael Ramírez, mientras que Rusia estuvo representada por el Ministro de Energía Alexander Novak y por Igor Sechin, presidente de ROSNEFT. La presencia de Sechin, cercano a Putin, fue notable.
Tras una introducción a cargo de Ramírez, se dio la palabra a los invitados. Coldwell declaró que México no podía hacer recortes en su producción. Luego tomó la palabra Sechin, no el ministro Novak, y afirmó que Rusia tampoco haría recortes. La respuesta de Naimi fue rápida: “Parece que nadie puede recortar, así que la reunión ha terminado, me parece.” Naimi estaba convencido de que Arabia Saudita debía mantener un piso de exportación de 7 mbd y no quería repetir la experiencia de principios de los años ochenta, cuando Arabia Saudita, actuando como “productor regulador”, vio caer su producción a 2,5 millones de barriles en un intento fallido por defender los precios del petróleo. Naimi declaró ante el Financial Times: “Si reduzco, ¿qué pasa con mi cuota de mercado? El precio subirá y los rusos, los brasileños y los productores de petróleo de esquisto de Estados Unidos tomarán mi parte.”
Sin compromisos por parte de los productores fuera de la OPEP, la organización decidió extender el techo de producción anterior, que se mantenía sin cambios desde 2011, con la creencia de que las fuerzas del mercado eventualmente debilitarían a los productores con mayores costos. La portada de diciembre de 2014 de The Economist mostraba una competencia encarnizada por el precio del petróleo —Sheiks versus Shale (Jeques vs. Esquisto)— que podría llevar al mundo a un exceso de petróleo. Los operadores del mercado percibieron de inmediato el desacuerdo entre los principales exportadores, mientras la producción estadounidense aumentaba sin pausa. Desde mediados de 2014 hasta principios de 2016, los precios cayeron un 70 por ciento.
La creation de la OPEP+
El final de 2014 trajo nuevas crisis políticas para los miembros de la OPEP. El recién investido presidente venezolano, Nicolás Maduro, reorganizó su Ministerio y supervisó un colapso en la producción petrolera. Las sanciones impuestas a Irán obstaculizaron su capacidad de producción; Libia se vio envuelta en una guerra civil y Argelia entró en un periodo de inestabilidad política; la OPEP se debilitó y quedó internamente desequilibrada. La caída de los precios del petróleo entre 2014 y 2016 afectó a todos los países exportadores de petróleo. En Rusia y Arabia Saudita, el daño económico vino acompañado de cambios políticos significativos.
En 2014, los ingresos fiscales de Rusia provenientes de los hidrocarburos cayeron un 40 por ciento. Las reservas de divisas extranjeras de Rusia disminuyeron más de un 20 por ciento debido a la depreciación del rublo. A esto se sumó la imposición de las primeras sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea y su apoyo a los separatistas del este de Ucrania. En respuesta a la anexión, los líderes del G7 cancelaron la cumbre prevista en Sochi, expulsaron a Rusia del G8 y dieron por terminada su solicitud de ingreso a la Agencia Internacional de la Energía (AIE) —International Energy Agency (IEA) en el inglés original—.
Mientras tanto, Putin comenzó a favorecer una intervención directa en Medio Oriente: en septiembre de 2015, Moscú envió fuerzas militares a Siria para apoyar al gobierno de Assad: la primera vez que tropas rusas eran enviadas a un país extranjero desde Afganistán. Con las relaciones con Occidente deterioradas, Rusia centró su atención en lograr una mayor autosuficiencia, también promoviendo exportaciones agrícolas beneficiadas por un rublo depreciado. Para un país que seguía dependiendo del petróleo y el gas para el 36 por ciento de sus ingresos presupuestarios, ejercer cierto grado de control sobre los mercados petroleros se volvió una herramienta esencial para reforzar la resiliencia económica frente a los crecientes desafíos externos.
El año 2015 también trajo cambios importantes en el Reino Saudita. La muerte del rey Abdalá llevó al poder a Mohamed bin Salmán (MBS), el sexto hijo del duodécimo hijo del fundador de Arabia Saudita. Su padre, Salmán bin Abdulaziz, se convirtió en rey en medio de crecientes amenazas externas. Con los hutíes, respaldados por Irán capturando la capital de Yemen en marzo, el levantamiento de las sanciones contra Irán tras la firma del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) —Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA) en el inglés original— respaldado por Estados Unidos en julio de 2015, y la persistente caída del precio del petróleo, MBS fue nombrado Ministro de Defensa y Jefe de la Corte Real. Inauguró el Consejo Supremo para el Desarrollo Económico como el órgano del Consejo de Ministros encargado de supervisar las políticas económicas.
MBS adoptó una política exterior enérgica, ordenando una intervención militar en Yemen —la primera intervención militar directa de Arabia Saudita en el extranjero— y adoptando una postura cada vez más anti-iraní, que culminó en la ejecución del clérigo chiita Nimr al-Nimr en 2016. Esta ejecución provocó ataques contra la embajada saudí en Teherán y la posterior ruptura de relaciones diplomáticas.
Junto a esta política exterior activa, se diseñó una estrategia económica destinada a diversificar la economía saudí para reducir su excesiva dependencia del petróleo. Se incrementaron los precios de la energía doméstica, se introdujeron por primera vez impuestos indirectos sobre bienes no esenciales y se propuso un plan de privatización que incluía, de manera crucial, a Saudi Aramco. En una entrevista con The Economist en 2016, MBS comparó su enfoque con el “thatcherismo”, y visualizaba enormes nuevas inversiones en turismo, tecnología e infraestructura. El príncipe heredero se mostró entusiasta con la idea de privatizar Saudi Aramco, lo que, según él, beneficiaría tanto a la empresa como a los ciudadanos saudíes: “Está en el interés del mercado saudí, está en el interés de Aramco y está en el interés de una mayor transparencia”, declaró. En abril de 2015, el ministro Naimi fue retirado de la junta directiva de Aramco.
La estrategia de diversificación de MBS fue relanzada bajo el nombre de Visión Saudí 2030 —Saudi Vision 2030 en el inglés original— y presentada ante el público global en junio de 2016, posicionando un Fondo de Inversión Pública —Public Investment Fund (PIF) en el inglés original—, fortalecido con los activos derivados de la privatización de Saudi Aramco, como “un actor esencial en el planeta.” De manera crucial, todo el proyecto de diversificación dependía en última instancia del aumento de los precios del petróleo para financiar inversiones, atraer capital extranjero y reforzar la capitalización del PIF. Arabia Saudita enfrentaba déficits presupuestarios severos, ya que el gasto militar creciente llegaba a constituir casi el 25 por ciento de su presupuesto.
Ante crecientes presiones financieras, ambas potencias estaban listas para negociar. En junio de 2015, MBS realizó su primera visita a Rusia durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. En abril de 2016, Catar, que ocupaba la presidencia rotativa de la OPEP, convocó una reunión de gobiernos seleccionados de la OPEP y de fuera de la OPEP para discutir una congelación de la producción. Los delegados rusos, así como Arabia Saudita y otros, apoyaron la iniciativa, excepto Irán, que estaba ansioso por recuperar sus niveles de producción anteriores a las sanciones. Naimi aceptó inicialmente la congelación de la producción, pero una llamada telefónica desde Riad impuso una posición distinta: una congelación solamente sería viable si todos los productores estaban de acuerdo sin excepciones.
Días después, el ministro Naimi, quien había sido consistentemente escéptico respecto a un acuerdo con Rusia, fue reasignado como “ministro sin cartera.” Su sucesor, Khaled Al-Falih, estableció rápidamente una relación de cooperación con el ministro de Energía ruso, Alexander Novak. En septiembre de 2016, Putin y MBS dieron instrucciones a sus ministros para que desarrollaran un plan de acción conjunto durante la cumbre del G20 en Hangzhou. Novak anunció la cooperación, calificándola como “una nueva etapa en las relaciones entre los países de la OPEP y los que no pertenecen a ella.”
El siguiente paso se dio en una Reunión Extraordinaria de la OPEP en Argel el 28 de septiembre, donde un debate duro y prolongado se centró en Irán. Para entonces, la posición saudí se había suavizado en comparación con la reunión anterior en Doha y los catorce participantes finalmente acordaron limitar la producción, pero permitieron que Irán no estuviera restringido por esa decisión. El “acuerdo de Argel” marcó el inicio de consultas de alto nivel entre representantes de la OPEP y de países no miembros, incluidos Brasil, México y la Federación Rusa.
A finales de noviembre, la OPEP decidió finalmente recortar la producción, y durante la siguiente reunión ministerial de países de la OPEP y no OPEP en Viena, el 10 de diciembre, la llamada Declaración de Cooperación —Declaration of Cooperation (DoC) en el inglés original— estableció una nueva alianza que pronto sería conocida como OPEP+. Una historia oficial reciente de la OPEP considera la DoC “tan significativa en la historia de la OPEP como su fundación el 14 de septiembre de 1960.” Los miembros no OPEP participantes en la DoC (Azerbaiyán, el Reino de Baréin, Brunéi Darusalam, Guinea Ecuatorial, Kazajistán, Malasia, México, Omán, la Federación Rusa, la República de Sudán y la República de Sudán del Sur) acordaron recortar 558 mil bpd, mientras que los países OPEP reducirían 1,2 mbd. Un Comité Ministerial Conjunto de Supervisión — Joint Ministerial Monitoring Committee (JMMC) en el inglés original— evaluaría el cumplimiento de los ajustes de producción. Esta medida impulsó los precios del petróleo, mientras la producción global de petróleo de esquisto en Estados Unidos se mantuvo en torno a 5,3–5,8 mbd, antes de aumentar nuevamente de forma abrupta a partir de 2018. Según Kirill Dmitriev, CEO del Fondo Ruso de Inversión Directa, “el primer acuerdo OPEP+ generó 130 mil millones de dólares adicionales para el presupuesto ruso hasta 2019.”
El nuevo orden petrolero
Tan solo unos años después de la creación de la OPEP+, el mercado internacional del petróleo fue impactado por dos eventos extraordinarios que pusieron severamente a prueba su cohesión interna: el Covid-19 y la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania. El cierre económico en las primeras semanas de la pandemia de Covid-19 hizo caer el mercado petrolero a niveles que no se habían visto desde la Gran Depresión. En una medida sin precedentes, y tras una ruptura interna entre Rusia y Arabia Saudita, Estados Unidos llamó abiertamente a la OPEP+ a intervenir en abril de 2020. El recorte de producción de la OPEP+, el más grande en la historia, fue un paso decisivo para estabilizar el mercado petrolero, reduciendo el exceso de oferta en un volumen equivalente a la caída de 10 mbd en la demanda e iniciando el drenaje de inventarios excesivamente altos.
El siguiente impacto fue la guerra que estalló a las puertas de Europa. Las alarmas del mercado petrolero se activaron de nuevo, pero esta vez por razones geopolíticas. Estados Unidos, Reino Unido y la UE, entre otros, impusieron sanciones económicas drásticas a la Federación Rusa. Organismos como la AIE y expertos del Instituto de Estudios Energéticos de Oxford proyectaron una caída inminente del 30–40 por ciento en la producción petrolera rusa, situándola en 6–7 mbd en el corto plazo. En diciembre de 2022, los países del G7 impusieron un “límite de precio” de 60 dólares por barril para el crudo ruso, con el fin de limitar sus ingresos y perjudicar el esfuerzo bélico.
El factor de riesgo geopolítico provocó un salto en los precios del petróleo. El Brent y el WTI pasaron de 94 y 91,5 dólares por barril en febrero de 2022 a 139 y 131 dólares por barril en marzo. Cuando, al comienzo de la invasión rusa a Ucrania, los principales países consumidores declararon su intención de reemplazar las importaciones de petróleo y gas rusos con volúmenes de otros países productores, los países de la OPEP+, especialmente las monarquías del Golfo, mantuvieron su unidad e incluso redujeron la producción en solidaridad con Rusia. Dada la enorme presión que Riad recibió por parte de la UE, Reino Unido y Estados Unidos, esta forma de unidad fue sorprendente. Como para subrayar aún más la cohesión de las naciones de la OPEP, Arabia Saudita empezó a normalizar sus relaciones con Irán en marzo de 2023 y, junto con otros miembros como Emiratos Árabes Unidos e Irán, también fue invitada a unirse a BRICS en 2024.
El conflicto en Ucrania provocó un reordenamiento del mercado petrolero global, con nuevos clientes y nuevos proveedores. El mercado del petróleo tiene un siglo de antigüedad, con una infraestructura bien desarrollada y abierta que puede transportar el recurso por distintas rutas hacia cualquier destino. A diferencia del mercado del gas natural, casi no existen restricciones físicas para el transporte del petróleo. Por esta razón, cuando un proveedor es desplazado de un mercado específico, esos volúmenes pueden dirigirse a otro mercado y satisfacer la demanda hasta que se alcance la estabilidad.
La asombrosa unidad de la OPEP+ significó que el conflicto “a las puertas de Europa” y las sanciones económicas y restricciones sobre la economía rusa no condujeron al colapso de la producción petrolera rusa (aunque sí debilitaron a Gazprom como exportador de gas natural). Lo que ocurrió fue un proceso de reorientación de los flujos, particularmente hacia China e India. Está en marcha la consolidación de un nuevo eje hidrocarburífero Este-Este, en lugar del antiguo eje Este-Oeste.
¿El modelo OPEP?
La OPEP continúa enfrentando desafíos tanto contingentes (véase el esfuerzo reciente por castigar a Kazajistán por exceder las cuotas de producción) como existenciales. El más notable es la posibilidad de un “pico en la demanda de petróleo” provocado por la descarbonización energética, un crecimiento global más lento, o una combinación de ambos. La OPEP ha intentado regular el flujo del petróleo, potencialmente como una “política conservacionista” para los recursos naturales, tal como lo propuso el fundador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien concebía a la organización como una “fuerza ecológica.” Sin embargo, hasta la fecha, ni la OPEP ni la OPEP+ han participado en negociaciones internacionales para planificar una reducción global de la producción de petróleo y gas. Lo mismo ocurre con los países de la OCDE y con el mayor productor mundial de petróleo, cuyo presidente ha declarado una “emergencia energética” a la que debe responderse con un aumento en la producción bajo el lema re[EFGG1] publicano “perforar, bebé, perforar” —drill, baby, drill en el inglés original—.
La frenética discusión sobre minerales cruciales para la producción de electrónica y tecnología verde ha llevado a especulaciones sobre una “OPEP del litio,” o para exportadores de cobre que en el pasado intentaron (sin éxito) coordinar la producción. Las prospectivas para tales proyectos dependerán, al igual que con la OPEP+, de su capacidad para navegar la tensión entre objetivos económicos y políticos, su autonomía respecto a la “gobernanza liberal de recursos,” así como su voluntad de ejercer control soberano sobre sus recursos naturales.
Miembros clave de la OPEP+, como Rusia, Irán y los Emiratos Árabes Unidos, también son miembros de BRICS (Arabia Saudita ha sido invitada, pero aún no se ha unido oficialmente al grupo), una organización que aboga por la reforma de la gobernanza económica global liderada por Occidente. No obstante, el debilitamiento de aquellos miembros de la OPEP (como Argelia, Irán y Venezuela) que en el pasado apoyaron esfuerzos para marginalizar al dólar o respaldaron medidas de desarrollo y lucha contra la pobreza en el Sur indica una resistencia a involucrarse en reformas económicas globales. En términos nominales, la OPEP+ se enfoca principalmente en “economía” (precios del petróleo) y, en menor medida, en política de grandes potencias (diplomacia saudí/rusa). Sin embargo, como coalición de “propietarios soberanos,” los miembros de la OPEP+ pueden inevitablemente verse impulsados a antagonizar al capital comercial, apoyar luchas globales para controlar a las finanzas, a los comerciantes y a las multinacionales, y respaldar esfuerzos para preservar los recursos naturales en beneficio de las futuras generaciones. El hecho de que la OPEP+ mantenga su solidez a pesar de enormes diferencias internas y condiciones geopolíticas turbulentas indica el potencial de las alianzas internacionales de países del Sur global para perdurar en el orden mundial cambiante.
Traducido del inglés por Eduardo Gutiérrez
Este es un capítulo adaptado del libro próximo a ser publicado: Energy Politics in a Turbulent Era de la Universidad de Oslo.
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