Ya desde el 2008 era necesario reorganizar los pilares de la gobernanza mundial para acomodar la ascensión de China. Con la crisis financiera, se le sumó otra demanda: la necesidad de reformar el capitalismo en sí. Con la pandemia del COVID-19 se presentó un momento estratégico para avanzar esta doble tarea. Una década después de la quiebra de Lehman Brothers, la emergencia de salud brindó a las élites globales la oportunidad de promover un nuevo orden mundial posneoliberal. Este llamado vino acompañado de una convocatoria para reestructurar la gobernanza global, y en particular, su dimensión económica: la creación de un “nuevo Bretton Woods”.
En comparación con la crisis del liberalismo de hace cien años, la crisis del neoliberalismo y la convocatoria a un nuevo orden carecen de una alternativa al capitalismo, como lo fue la Unión Soviética en su momento. Independientemente de la clasificación que se haga de China, lo cierto es que, a diferencia de la antigua URSS, el país chino no es el epicentro de un movimiento internacional amplio y bien establecido en diversos estados y regiones. Aunque siguió el modelo soviético durante al menos tres décadas, a partir de finales de la década de los setenta China adoptó un camino propio y distintivo, lo que le permitió sobrevivir el colapso del bloque soviético sin renunciar a su proyecto.1 En la crisis actual, aunque el mundo globalizado depende de China en muchos aspectos, el país no se perfila como un modelo a replicar o a exportar.
La ausencia de una alternativa poscapitalista imitable y exportable no implica que hoy, al igual que hace cien años, no haya graves tensiones geopolíticas. Tampoco excluye la existencia de modelos capitalistas exportables, en una competencia de vida o muerte, como ocurrió hace cien años con los capitalismos fascistas y del New Deal. La posibilidad de que la crisis actual lleve a una ruptura drástica en la forma de una guerra globalizada sigue siendo una amenaza real. Es justamente ahí donde reside el argumento esencial de la demanda a un “nuevo Bretton Woods”: el deber de reorganizar la gobernanza global para que la transición hacia un orden posneoliberal no se cruce con la tragedia y la incertidumbre de un conflicto bélico generalizado.
El doble llamado a reformar el capitalismo y su modelo de gobernanza se plantea como una conversión a un nuevo credo. El contenido de este credo aún debe definirse, ya que su dirección y alcance forman parte de una batalla en marcha dentro del establecimiento neoliberal. Sea cual sea el resultado de esta batalla, el impulso a reformar sigue buscando convertirse en un nuevo credo, algo que la era neoliberal ha entendido como un “nuevo consenso”, como afirmó Jake Sullivan en abril de 2023.
Aunque parezca paradójico, el modelo planteado para esta transición hacia el posneoliberalismo busca imitar el camino que siguió el neoliberalismo durante su ascensión y consolidación, según la interpretación más aceptada de cómo transcurrió este proceso. En esta versión de la historia, el neoliberalismo surgió a partir de la formulación de un nuevo paradigma económico, con teoría y preceptos de política económica propios, así como una visión particular de la sociedad y la geopolítica. El proyecto después pasó a la fase de implementación, reflejado tanto en la toma de las instituciones como en las disputas culturales y electorales que consolidaron este nuevo paradigma como hegemónico.2
La lógica que respalda la adaptación contemporánea del proyecto anterior se articula de la siguiente manera: el neoliberalismo nació en un contexto de Guerra Fría y, dentro del mundo capitalista, logró asentarse sin una ruptura bélica generalizada. Análogamente, algunos países centrales ven el presente proceso de desglobalización como una nueva forma de Guerra Fría que, siempre y cuando se mantenga “fría”, facilita la transición hacia un nuevo orden posneoliberal, tal como ocurrió con el ascenso del neoliberalismo.
Sin embargo, esta propuesta no sería viable si se sustentara únicamente en el poder institucional y económico de las élites globales. Inclusive si no se logrará la transición buscada, hay al menos dos factores que hacen que el proyecto sea plausible. En primer lugar, la incapacidad de revertir las transformaciones sociales provocadas por el neoliberalismo imposibilita cualquier intento a “retroceder”: hoy en día, la idea de regresar a una regulación keynesiana no es más que una ilusión política voluntarista. Segundo, la consolidación de una división política extrema, fruto de la propia crisis del neoliberalismo, beneficia un proyecto de transición dentro del orden, ya que presenta la victoria de la extrema derecha como una amenaza para forzar la moderación de las fuerzas más a la izquierda.
La geopolítica domesticada
Lejos de ser una regulación exclusivamente económica y superficial, el neoliberalismo ha asentado raíces sociales profundas.3 Su éxito en desmantelar mecanismos universales de solidaridad ha exacerbado disputas distributivas, provocando efectos tanto destructivos como autodestructivos. La profunda división política que hoy se observa en diversas realidades nacionales es el resultado de este proceso. En los países aún democráticos, esta división enfrenta a una derecha dispuesta a aliarse con la extrema derecha y a un nuevo progresismo que busca reformar el neoliberalismo, distanciándose de sus expresiones más radicales. No es una simple “polarización”, en la que ambos lados pertenecen al mismo “campo magnético”, como implica la metáfora.4 Los campos son no solamente distintos, sino irreconciliables. Son dos “proyectos de mundo”.
Siguiendo las analogías, podría decirse que hace cien años se formó una división similar: no existía un espacio común entre el capitalismo del New Deal, el nazismo, el fascismo y el socialismo soviético. Hoy, aunque no haya una alternativa al capitalismo, la situación es distinta porque los dos campos constituidos sí comparten un terreno común. Este terreno no es la democracia, ni lo que debería ser. Sin embargo, en los países que siguen siendo democráticos, a diferencia de hace un siglo, la extrema derecha se presenta como su defensa. El terreno compartido es el neoliberalismo y su legado, y la disputa fundamental trata de identificar qué aspectos del período neoliberal se deben conservar y cuáles descartar.
De distintas maneras, ambos lados de la división actual son herederos legítimos del neoliberalismo. Son dos caras de una misma moneda. Gary Gerstle5 describió la disputa en Estados Unidos de forma que aclara este proceso: un lado es heredero del ‘neovictorianismo’ (el neoliberalismo conservador de Ronald Reagan en los años 1980), y el otro del ‘cosmopolitismo’ (el neoliberalismo progresista que se consolidó con Bill Clinton en los años 1990). La diferencia en esta nueva generación de la división es que, en muchos lugares, la intrépida derecha, producto del neovictorianismo, está controlada por la extrema derecha, con su violencia explícita y brutal. Por otro lado, el nuevo progresismo se ha convertido en la clase dirigente de los países que aún se consideran democráticos.
La amenaza autoritaria de la derecha intrépida, si bien por un lado permite al nuevo progresismo mantener la base que lo sostiene como parte de la clase dirigente, por otro impone la necesidad de preservar la mayor cantidad posible de figuras que antes se dedicaban a implementar programas neoliberales. Es justamente desde la clase dirigente que surge el llamado a un “nuevo Bretton Woods”, lo que constituye otra peculiaridad de la situación actual: para el nuevo progresismo, no es necesario el costoso esfuerzo de tomar el control de las instituciones. Siguiendo esta comparación, el contrafactual histórico para reformar el neoliberalismo desde dentro sería un orden keynesiano que hubiera logrado reformarse a sí mismo para evitar ser reemplazado por el orden neoliberal “antisistema”. En la pugna por el legado del neoliberalismo, es la intrépida derecha la que se presenta como “antisistema” y busca tomar las instituciones. Esto recuerda que el llamado a un nuevo Bretton Woods, aunque proviene del campo del nuevo progresismo, implica mucho más que la simple formación de alianzas entre los países que aún son democráticos. Para lograr su objetivo, esta invitación debe incluir también a las autocracias establecidas y a los países gobernados por partidos únicos. Así como a aquellos que están en vías de convertirse en uno o en otro.
La división entre la intrépida derecha y el nuevo progresismo organiza los espacios políticos nacionales en países que aún son democráticos, pero no encuentra una correspondencia en alineamientos internacionales. Cuando los gobiernos del nuevo progresismo adoptan políticas de comercio exterior como el friendshoring, la «amistad» geopolítica no requiere que sus socios defienden la democracia de ninguna manera. El trasfondo de la disputa por el nuevo orden es la desconexión entre los conflictos nacionales y globales.
En buena medida, esta desconexión constituye la raíz de las dificultades para negociar nuevos patrones de gobernanza global. Según continúa la disputa a vida o muerte que divide a los países aún democráticos, y al no haber alineamientos geopolíticos consolidados entre estos países, ni siquiera en el Norte Global, un diálogo eficaz para alcanzar acuerdos globales también queda pospuesto por tiempo indefinido. Y nada indica hasta ahora que la disputa entre la derecha intrépida y el nuevo progresismo se resolverá a corto plazo.
Eso no significa que deban abandonarse los intentos de negociaciones en curso. Alcanzar nuevos estándares de gobernanza global puede significar la diferencia entre la guerra y la paz. Y, para muchos países del Sur Global, un “nuevo Bretton Woods” puede significar cierto alivio de sus deudas y financiamiento para acceder a las tecnologías necesarias para una transición energética efectiva.
Ni siquiera ese escenario, que ya de por sí es bastante optimista, resulta suficiente. Es importante tener en cuenta que, en los términos actuales, el horizonte del nuevo orden bajo negociación no apunta a una auténtica transición ecológica y socialmente justa, a pesar de que las desigualdades mundiales sean insostenibles y el medio ambiente esté al borde del colapso. Por más que el discurso predominante sobre la reorganización geopolítica y geoeconómica gire en torno a esta premisa, los tres países que más emiten carbono en el mundo indican lo contrario: los Estados Unidos de Joe Biden han aumentado la explotación de petróleo y acelerado el fracking, China ha anunciado que sólo comenzará a revertir su curva de emisiones, quizás, después de 2030, retrasando la neutralidad de emisiones hasta, como mínimo, 2060, e India pronto se pronunció en la misma dirección.
Aunque los esfuerzos por reformar instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio tengan éxito en algún momento, lo que está realmente en juego es establecer las bases tecnológicas y productivas para una transición energética. Inclusive limitada a estos términos, una transición energética sólo se completaría en tres o cuatro décadas, si efectivamente llega a ocurrir.
Para los países del Sur Global, de una forma u otra, el precio será alto. La reforma puede implicar exigencias prohibitivas de alineamiento geopolítico, incluso si los países aún democráticos del Sur no pueden permitírselo. El precio será especialmente alto si el “nuevo consenso” no amplía su margen de acción para enfrentar la pobreza y las desigualdades. Para muchos de estos países, es un precio que podría costarles la oportunidad de salir de la trampa neoextractivista6 que asfixia su autonomía interna y restringe su inserción internacional.
La política doméstica globalizada
Los países democráticos del Sur Global no pueden permitirse el lujo de desvincularse económicamente de socios autocráticos o de partido único. En el contexto actual de desglobalización, el desacoplamiento se restringe a aquellos países que tienen la capacidad de llevarlo a cabo. El friendshoring, como política comercial y de seguridad nacional, está reservado para quienes pueden elegir a sus amigos.
La globalización del principio de las “ventajas comparativas” en la división del trabajo llevó a la reprimarización y desindustrialización de países con economías dependientes. En América Latina, por ejemplo, el resultado fue la transformación de la mayoría de estos países en sociedades y economías neoextractivistas,7 a pesar de que varios gobiernos de izquierda implementaron programas en contra del neoliberalismo. No hay razón para atribuir intenciones neoliberales a gobiernos que las rechazan explícitamente. Pero es necesario distinguir sus pretensiones de las prácticas que, ante el carácter ineludible del neoliberalismo como regulación global del capitalismo, se vieron obligados a adoptar para viabilizar sus proyectos políticos.
La reducción de la política a una división entre la derecha intrépida y el nuevo progresismo no dejó espacio para una tercera vía, ni en el discurso ni en la práctica. Hoy, tanto a nivel nacional como global, los gobiernos de izquierda o simplemente progresistas forman parte del campo del nuevo progresismo. Como orden global, el neoliberalismo ha suplantado las intenciones domésticas y ha restablecido los márgenes de acción disponibles para los países periféricos. «Resistir» al neoliberalismo implica, en este caso, delinear campos de acción en un marco rígido. O al menos así parece, al comparar los efectos del orden neoliberal en muchos países periféricos con los de formas anteriores de regulación del capitalismo.
En América Latina, a finales de la Segunda Guerra Mundial, se consolidó una estrategia de desarrollo que aspiraba a una autonomía ampliada y una autosuficiencia productiva, cuyo emblema fue la llamada “industrialización por sustitución de importaciones”. En sus múltiples configuraciones, el principio de sustitución de importaciones fue protagonista de diversos proyectos nacionales destinados a crear un mercado consumidor interno importante y a reducir o hasta superar la dependencia típica de las economías basadas en la exportación de bienes primarios.
Con el ascenso del orden neoliberal, la globalización del principio de las “ventajas comparativas” agotó la sustitución de importaciones como proyecto nacional. Las supuestas “ventajas” de América Latina condujeron a la explotación superintensiva de minerales y productos agropecuarios, que en gran medida desplazaron la participación de sectores industriales complejos en los PIBs nacionales. Los países latinoamericanos fueron confinados progresivamente al modelo neoextractivista.
Aunque esta trampa limita severamente el margen de acción de los países de la región, no significa que la solución sea volver al proyecto desarrollista anterior. El retorno no es posible ni deseable. Las condiciones materiales ya no están presentes, y los proyectos nacionales industrializadores del pasado también estuvieron marcados por el autoritarismo, la destrucción ambiental y el refuerzo de desigualdades, lo que no debe servir como modelo para las aspiraciones contemporáneas.
Por otra parte, hoy en día, como en tiempos anteriores, el desafío consiste en encontrar referentes para el desarrollo nacional y la inserción en el ámbito internacional que permitan un amplio ejercicio de autonomía. Esta vez sin que esto aumente las desigualdades ni imponga barreras a la transición ecológica. Y sin que amenace la democracia donde sea posible mantenerla o instaurarla.
Es crucial que las cuatro décadas de la trampa neoextractivista creadas por el neoliberalismo no se limiten a un análisis exclusivamente económico, sino que sea comprendido en toda su multidimensionalidad. El neoliberalismo constituye un verdadero modelo de sociedad, no solo un conjunto de principios económicos; su impacto en la periferia del mundo globalizado debe interpretarse desde esa misma óptica. Esto también se aplica al actual llamado hacia una transición posneoliberal: los términos en los que se está gestando el nuevo orden y las diferentes tendencias de desarrollo que implicará a nivel global deben ser examinados en toda su complejidad.
Reconocer la especificidad de la situación actual implica entender que la trampa neoextractivista no se despliega de la misma manera en todas partes. Identificar las variadas configuraciones de los escombros dejados por la globalización de las “ventajas comparativas” en el mundo es, en realidad, la primera tarea teórica para comprender la posición del Sur Global en el declive del orden neoliberal.
En el caso de muchos países aún democráticos del Sur, la dimensión política de la trampa actual se manifiesta en los términos de la división fundamental entre la intrépida derecha y el nuevo progresismo. En Brasil, por ejemplo, la trampa neoextractivista lo restringe al colapso climático global y la posibilidad de contener a la extrema derecha en el ámbito nacional. La explotación depredadora de recursos naturales sin reservas ni obstáculos es parte del programa de la extrema derecha. El abandono del extractivismo depredador a favor de una sociedad de bajo carbono, por otro lado, es parte del programa del nuevo progresismo. Sin embargo, si el nuevo progresismo quiere seguir derrotando a la intrépida derecha en las elecciones y mantener su programa de lucha contra las desigualdades, no podrá prescindir del neoextractivismo. Así es como se configura la trampa neoextractivista.
Lo que viene después del neoliberalismo
En los términos en los que se presenta hoy en día la transición dentro del orden global, parecen estar en juego dos tendencias de desarrollo a medio y largo plazo. Por un lado, los movimientos de desglobalización en curso ofrecen oportunidades para que muchos países del Sur Global modifiquen los actuales patrones de dependencia y aumenten su autonomía y margen de acción. Este proceso tomaría tiempo y no implicaría una separación total con los socios comerciales tradicionales, pero podría afectar la correlación de fuerzas a nivel nacional y permitir la supervivencia de cierta democracia, desafiando las diversas configuraciones de la trampa neoextractivista. Por otro lado, es posible que los países estancados en la trampa neoextractivista permanezcan anclados al neoliberalismo, y que el neoliberalismo y el posneoliberalismo coexistan en condiciones desiguales durante mucho tiempo, estratificados de acuerdo con el poder y la libertad relativos de cada país. Es probable que la propia transición energética se lleve a cabo de manera desigual entre los países del Norte y Sur Global.8 Sin mencionar la probable convivencia entre órdenes neoliberales aún democráticos y autoritarios junto con órdenes posneoliberales democráticas y autoritarias.
El imperativo categórico de evitar soluciones bélicas a los conflictos internacionales a toda costa se entrelaza, en los países aún democráticos, con la defensa del nuevo progresismo. En la correlación de fuerzas actual, solo una victoria generalizada del nuevo progresismo podría preservar algo de democracia en el ámbito nacional y permitir la creación de bloques geopolíticos capaces de negociar una coexistencia lo más pacífica posible. La preservación más o menos generalizada y duradera de la paz, a su vez, es una condición ineludible para la eficacia de cualquier acuerdo global orientado a enfrentar la urgencia ambiental.
Se trata de un horizonte de acción extremadamente reducido. En los países del Norte Global, el corsé político del nuevo progresismo ciertamente restringe en cierta medida a los tránsfugas neoliberales que alberga, pero restringe aún más a su izquierda. En los países aún democráticos del Sur, las limitaciones para la izquierda dentro del nuevo progresismo se agravan por la propia condición de dependencia y la consiguiente capacidad de maniobra restringida en el ámbito global.
Los bloques geopolíticos del futuro no serán homogéneos, sino caracterizados por grandes asimetrías de poder y relaciones de subordinación entre quienes los compongan. En este escenario, los países aún democráticos del Sur Global pueden y deben negociar los términos de su participación con países autocráticos y de régimen de partido único. A estos les interesa mantener vínculos con un posible nuevo bloque geopolítico progresista, mientras que a aquellos no les conviene “desacoplar” sus economías de los países que no se alineen con dicho bloque.
La restricción impuesta a los países del Sur, aunque lleguen a obtener algún alivio internacional y una transición, al menos energética, comience, no se limita a la dependencia del financiamiento externo y a la transferencia o producción autónoma de tecnología. Incluso si logran acceder a algún tipo de refuerzo financiero, seguirán careciendo de herramientas teóricas y prácticas para aprovechar al máximo el margen de acción que el nuevo escenario podría abrirles: tan desprovistos como lo estaban hace cuatro décadas, cuando el neoliberalismo ascendió. Y las cosas seguirán así, a menos que la lucha por una reforma efectiva de la gobernanza global vaya acompañada de un esfuerzo por producir esas herramientas.
Es posible que un “nuevo Bretton Woods” no ocurra, al igual que es posible que la trampa neoextractivista permanezca en operación por mucho tiempo. Pero hay algo que el Sur Global puede hacer de todos modos: dado que las analogías están de moda, que la invitación a un nuevo Bretton Woods venga acompañado por un llamado a una nueva teoría de la dependencia.
En los años 60, la teoría de la dependencia buscaba comprender la posición específica que los países en desarrollo ocupaban en la economía y la política mundial. En el caso de América Latina, estuvo íntimamente asociada con el principio de industrialización por sustitución de importaciones y con el “estructuralismo” característico del pensamiento económico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Una manera de producir las herramientas necesarias para el momento actual es renovar la teoría de la dependencia; un camino que podría partir del desarrollo de una nueva teoría económica, pero que no puede reducirse a eso si se quiere comprender realmente el neoliberalismo y discernir con precisión las tendencias de una reconfiguración posneoliberal del capitalismo. Las herramientas teóricas y prácticas que exige el momento actual no pueden producirse sin un esfuerzo interdisciplinario y colaborativo.9 Y este esfuerzo no puede limitarse al trabajo de un grupo de investigación único, ni a una sola región del mundo. Asimismo, no puede implicar la adaptación de formulaciones obsoletas a las circunstancias actuales. Para empezar, debe tenerse en cuenta no solo las críticas hechas a la teoría de la dependencia en su versión original, sino también las autocríticas formuladas por sus propios teóricos, especialmente a partir de la década de 1980.
En el momento de las negociaciones de Bretton Woods, la posibilidad de la industrialización por sustitución de importaciones y la teoría de la dependencia no existían. Hoy, de manera similar, faltan instrumentos para que el Sur Global negocie su participación en un nuevo modelo de gobernanza global. En la búsqueda de una referencia histórica para una acción colaborativa de este tipo, puede que el movimiento de 1974, cuando el esfuerzo conjunto de los países en desarrollo culminó en las resoluciones de la Nueva Orden Económica Internacional (NOEI), sea más relevante para el Sur que 1944. En el momento de la NOEI, la teoría de la dependencia ya era una herramienta disponible y fue utilizada efectivamente en las propuestas presentadas a la ONU. Aun así, es importante recordar que las formulaciones de 1974 ya fueron tardías hace cincuenta años: su marco keynesiano era inviable para los países periféricos de entonces, como parece ser para el mundo globalizado de hoy.
En un presente marcado por la superposición de crisis y fragilidades, formular los parámetros de interpretación y acción que puedan atender a las particularidades de las diferentes geografías del mundo globalizado es una tarea inaplazable. Puede que un esfuerzo mundial de producir estas herramientas tarde en tomar forma, como ocurrió tanto en las negociaciones de Bretton Woods como en la elaboración de las propuestas de la NOEI. Pero, por amplia que sea la distancia entre la timidez de la acción y la evidente urgencia de los problemas -y por desalentador que sea el enorme esfuerzo de encontrar respuestas adecuadas a tantas preguntas simultáneas-, lo realmente prohibitivo sería no hacer nada.
En su versión original, este texto fue publicado en The Ideas Letter (18 de abril del 2024) con el título “A New Dependency Theory Moment”. Una versión condensada y modificada fue publicada con el título “O que vem depois do neoliberalismo? A armadilha neoextrativista do Sul Global pode ser uma oportunidade para renovar a teoria da dependência” por la revista piauí (n.213, junio del 2024).
Traducido por Aminta Zea
Isabella Weber, How China Escaped Shock Therapy: The Market Reform Debate, Londres: Routledge, 2021.
↩Independientemente de la intención de su autor, no se puede subestimar la importancia del libro de Quinn Slobodian (Globalists. The End of Empire and the Birth of Neoliberalism, Harvard: Harvard UP, 2018) en la consolidación de una visión casi hegemónica sobre el neoliberalismo. En resumen: según esta interpretación, un proyecto inicial habría sido seguido por una implementación gradual a través de disputas culturales, ideológicas y electorales, y la ocupación de espacios institucionales estratégicos. Por un lado, este enfoque es útil para las élites globales que promueven una transición dentro del orden hacia una regulación posneoliberal. Por otra parte, sin embargo, entender los procesos de transición en curso en estos términos oscurece la comprensión de lo que realmente está ocurriendo. Contrariamente a este esquema interpretativo, y al igual que ocurrió en el momento del declive de los modelos del New Deal y del Welfare State (ver por ejemplo, François Denord, Néo-libéralisme version française: Histoire d’une idéologie politique, Paris: Demopolis, 2007; Colin Crouch, The Strange Non-Death of Neoliberalism, Cambridge: Polity Press, 2011 y Hagen Schulz-Forberg, “Crisis and continuity: Robert Marjolin, transnational policy-making and neoliberalism, 1930s–70s”, in: European Review of History, vol. 26, no. 4, 2019), también en el actual declive del neoliberalismo los grandes actores mundiales han introducido y ensayado correcciones, que incluso se han incluido en los manuales de economía, aunque a un ritmo lento (por ejemplo, Jane Ihrig & Scott Wolla, “Let’s Close the Gap: Revising Teaching Materials to Reflect How the Federal Reserve Implements Monetary Policy,” Working Paper, Board of Governors of the Federal Reserve System, Finance and Economics Discussion Series (FEDS), October 2020).
↩Como han demostrado Verónica Gago (La razón neoliberal: Economías barrocas y pragmática popular, Madri: Traficantes de Sueños, 2015), Carlos Alba Vega et al. (La globalización desde abajo, la otra economía mundial, Mexico City: Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2015) y Arlie R. Hochschild (Strangers in their Own Land: Anger and Mourning on the American Right, N. York: The New Press, 2016), por citar solamente algunas obras de referencia.
↩Para más información sobre este tema, consulte Marcos Nobre: Limites da Democracia: de junho de 2013 ao governo Bolsonaro, ed. Todavia, 2022 [Marcos Nobre, Limits of democracy: From the June 2013 Uprisings in Brazil to the Bolsonaro Government. Cham: Springer, 2023].
↩Gary Gerstle, El ascenso y la caída del orden neoliberal: América y el mundo en la era del libre mercado, Oxford: Oxford University Press, 2022.
↩Para lograr una descripción integral de la trampa neoextractivista, es necesario investigar a fondo las coaliciones sociales y políticas, las hegemonías culturales, las tendencias demográficas y los condicionantes económicos. Esta propuesta será presentada, en términos generales, en un próximo texto que será publicado por Phenomenal World.
↩Un relevante esfuerzo de síntesis desde la perspectiva de las luchas sociales contra los efectos adversos de este «cambio de época» se puede encontrar en Svampa (2019).
↩En este contexto, no sería posible convencer a Brasil o a cualquier otro país atrapado en la trampa neoextractivista de dejar su petróleo (u otro producto de impacto similar) en el suelo, sin ser explotado.
↩Es evidente que esta carencia de herramientas, instrumentos y proyectos estructurantes no se aplica a China, sea cual sea la forma en que se pretenda posicionar a ese país en el amplio campo de lo que hoy se considera el Sur Global. Una indicación más de que una teoría de la dependencia renovada deberá tener en cuenta también las formas de dependencia Sur-Sur. Y también de la necesidad de distinguir entre la composición de bloques geopolíticos y los esquemas de dependencia.
↩
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