Pocos economistas han tenido la influencia de Salomón Kalmanovitz en el desarrollo de la historia económica colombiana. Su figura ha sido central en la profesionalización de la disciplina de la historia económica desde los años 70s, cuando regresó de Estados Unidos a dictar clases de microeconomía en la Universidad Nacional de Colombia y luego de economía política marxista en la Universidad de los Andes.
Su entrada a los debates económicos de los años 70s ocurrió en medio de un auge de la teoría de la dependencia en el continente, que presumía la idea de que la división internacional del trabajo le había sido impuesta por las grandes potencias a América Latina y que era intrínsecamente injusta, dado que los precios de las materias primas siempre se mantenían bajos en relación con los precios de las manufacturas. Este fundamento iba de la mano con una lectura negativa de la inversión extranjera, que descapitalizaba a los países sometidos de tal modo que quedaban encerrados en la envoltura de un subdesarrollo creciente. El referente en Colombia de dicha concepción fue el economista autodidacta Mario Arrubla, a quien Kalmanovitz criticó y contra quien polemizó desde temprano para plantear que los análisis dependentistas ignoraban la estructura social y las instituciones de los países que examinaban, por lo que tendían a desatender precisamente la existencia de clases y sus conflictos en la historia. En resumen, la crítica de Kalmanovitz venía fundamentada desde una justificación marxista sobre la lucha de clases.
Kalmanovitz pasó de ser un crítico temprano de la teoría de la dependencia en América Latina a desarrollar toda una revisión de la historia económica colombiana. Como prologó en Economía y Nación, su libro de 1988 que es una especie de compendio de su comprensión sobre las estructuras sociales y factores de producción de la economía colombiana:
«La historia colombiana tan sólo se transparenta si se la concibe como historia interior que se inserta en una historia universal, la que, a su vez, la modifica profundamente. Ese punto de partida me diferencia de interpretaciones y análisis que hacen de Colombia un producto de la dependencia de las grandes potencias, agente pasivo de una historia universal bastante infame que nos adjudicaba un mal lugar en la división internacional del trabajo, que nos invadía y desnacionalizaba con sus capitales y nos sobredeterminaba a la miseria y al no desarrollo» 1.
En esta entrevista, el autor discute acerca de los factores del crecimiento económico en Colombia en el siglo XX, la dependencia de la economía colombiana a las exportaciones del petróleo, y las políticas del gobierno de izquierda de Gustavo Petro.
Una conversación con Salomón Kalmanovitz
CAMILO ANDRÉS GARZÓN: Uno de los debates más importantes para los economistas latinoamericanos entre los años 60s y 70s tiene que ver con las polémicas de las teorías de la dependencia, en particular, la idea de que el crecimiento económico estaba limitado por la estructura global del capital. En Colombia, ese debate aterrizó en la obra de Mario Arrubla de 1969, Ensayos sobre el subdesarrollo, que circulaba extensamente. ¿Qué objeciones le hizo usted al argumento dependentista de Arrubla?
sALOMÓN KALMANOVITZ: Mario Arrubla fue precursor en cierta forma de autores que se hicieron famosos después, como el historiador económico Andre Gunder Frank o el economista brasileño Theotônio dos Santos, dos autores que desarrollaron la teoría de la dependencia de América Latina. Ellos tenían en común unas hipótesis sobre la imposibilidad del desarrollo económico bajo la dominación imperialista, pues tenían una visión de que había un estancamiento estructural en la economía debido a las relaciones de subordinación que tenía la economía colombiana o la economía latinoamericana frente a la economía imperialista.
Yo leí con mucho entusiasmo el libro de Mario Arrubla cuando hacía mi doctorado en Estados Unidos, a finales de los 60s, y me puse a pensar en mi crítica a su trabajo, que partía de que Arrubla usaba los esquema de reproducción simple de Marx con dos sectores, que suponían una economía estacionaria. Arrubla decía que la falta de un sector que produjera bienes de capital era el eje de la dependencia que condenaba a la sociedad colombiana al subdesarrollo. El texto de Arrubla estaba dirigido a cuestionar las propuestas de desarrollo económico para el país del economista Lauchlin Currie. Arrubla decía: “en nuestro país no existen condiciones de excepción que permitan un desarrollo importante del capitalismo.” 2. Él escribió, “La sociedad colombiana constituye una subestructura dentro de una estructura que la comprende: el sistema imperialista.” 3 Para el autodidacta Arrubla, eso significaba que el sector agrario en el país realmente se había quedado con rasgos tradicionales, sin una incorporación del capital al campo o una mecanización relativamente intensa de la agricultura en los años cincuenta. Dadas las condiciones estructurales de dependencia, estos eventualmente debían conducir al colapso espontáneo del capitalismo colombiano y a un desarrollo de las fuerzas productivas bajo el socialismo.
Yo conocía los esquemas de reproducción ampliada que había aprendido de Adolph Lowe en la New School of Social Research en los 60s y me propuse mostrar que la existencia o no del sector de bienes de capital no era condición del desarrollo económico. Esto lo mostraban las economías de varios países europeos, como Dinamarca y Holanda, que se especializaban en ciertos bienes de consumo para exportación y tenían alto crecimiento. Mi problema de partida con el argumento de Arrubla era que definía en forma apriorística la relación internacional como dada y dominante, pero eso tenía el problema de que tomaba la producción nacional como un elemento pasivo, subordinado.
Esa idea de la dependencia, que cogió mucha fuerza en los años 70s, tenía un soporte empírico muy pobre, pues América Latina, y Colombia en particular, no habían estado estancadas. Por el contrario, habían tenido periodos de crecimiento bastante altos. De hecho, la economía colombiana había tenido un desarrollo bastante vigoroso, incluso en los años 60, cuando se tiene la percepción de que estaba estancada.
Entonces, para mí fue fácil demostrar que la hipótesis del estancamiento secular de la economía colombiana no era cierta, y que los datos mostraban que en Colombia se venía desarrollando el capitalismo durante el siglo XX. En ese entonces critiqué que los datos no le daban la razón al análisis fatalista de Arrubla: “la recuperación de la economía y de la industria observada a partir de 1968, en la que se conjugaron un gran crecimiento de la producción agrícola, un aumento de las exportaciones, una recuperación de los precios internacionales del café.. ponen todavía más en cuestión el diagnóstico de desahucio proferido por el autor sobre el capitalismo colombiano.” 4 Mi crítica principal era precisamente que ignoraba la estructura económica y social del país dependiente de una lógica imperialista al insistir en que las relaciones internacionales se entrelazaban con las relaciones sociales de producción, pero ignorando muchas veces los desarrollos locales del capitalismo bajo esa trama imperialista.
La crítica caló hondo porque estaba sustentada en la teoría marxista en tanto que usaba los esquemas de reproducción de Lowe y porque le cuestionaba a Arrubla que no se ocupaba lo suficiente de la lucha de clases y la batalla por un nuevo modo de producción. Pero además porque era empírica, pues yo tenía la ventaja de tener una formación mucho más especializada. Aún así yo le respetaba mucho a Arrubla que él fuera un autodidacta, junto con el filósofo Estanislao Zuleta. Los dos tenían un gran mérito de haberse formado en un momento donde había un desarrollo muy incipiente de la vida académica colombiana, pues la República Conservadora que había cuando ellos se formaron en los 50s no dejó que existiera libertad académica e impidió que hubiera un desarrollo de las ciencias y del debate científico.
Arrubla contestó mi crítica 50 años más tarde, en 2004, en la revista Al margen. En ella dijo que había “abandonado aquellas tesis dictadas por su ardor revolucionario: que el capitalismo colombiano tenía estructuralmente cerrado el camino del renacimiento, que podía ser subvertido prontamente y que los revolucionarios debían fijarse como meta la construcción del socialismo y la estatalización de la economía por un gobierno popular.” 5 Entonces, Arrubla defendía en todo caso que su argumento no pretendió nunca decir que en el interior de los países subalternos no pasara nada y que solamente se plegaran a las determinaciones económicas que les venían de afuera, sino que “quería atacar esa psicología de aldea provinciana que se embebe en sus propias rutinas hasta que llega una oleada exterior que fractura esas rutinas o arrasa con todo.” 6
CG: ¿Cómo evolucionaron las teorías de la dependencia en Colombia?
SK: Yo creo que se transformaron porque siguió existiendo una fuerte dependencia política, es decir, un sistema político colombiano muy subordinado a los intereses norteamericanos. Eso era cierto y sigue siendo cierto, aunque ahora mucho menos. Entonces, la dependencia existe, pero no implica estancamiento económico. Dentro de la dependencia está la inversión extranjera, pero la inversión extranjera ayudó en Colombia a desarrollar ciertos sectores, como el petróleo, la minería, la manufactura y la industria automotriz. La inversión extranjera ha sido un factor de desarrollo capitalista.
También hubo economistas colombianos desde los años setenta que se dedicaron a tareas más teóricas y a cubrir temas como el desarrollo del comercio con una visión dependentista, como fue el caso de José Antonio Ocampo, que tenía las directrices orientadoras de la Cepal, pero cuyos excesos dependentistas fueron rebajados por el entrenamiento doctoral del autor en los Estados Unidos, de tal modo que la investigación sobre las series de comercio es muy rigurosa y las fases de crecimiento y colapso del mismo son explicadas con base en una combinación más compleja de un argumento dependentista–Colombia como país periférico, sometido a la división internacional del trabajo– y otro argumento que dice que existe un sustrato social interno, una clase terrateniente depredadora de los recursos naturales, que sólo puede participar en el comercio mundial cuando éste genera altas rentas y se debe retirar cuando retornan condiciones normales de mercado 7.
CG: En 1995, empezó a trabajar en el Estado como uno de los miembros del Banco de la República. ¿Qué tanto de sus convicciones de los años 70 se mantuvieron o cambiaron después de su experiencia trabajando en el banco central?
SK: Precisamente en 1995, cuando entré a trabajar al Banco, alguien me envió desde Cúcuta una revista venezolana en la que aparecía un artículo de Douglass North sobre el atraso latinoamericano. La lectura de North me llevó a encontrar un nuevo equilibrio ideológico: podía mantener lo que había hecho y darle una nueva dirección, dejando atrás los planteamientos marxistas de buscar una organización social de cuño socialista, pero sin perder de vista, de acuerdo con el mismo Marx, el avance de la libertad política y de las fuerzas productivas. Así, seguí insistiendo en mis antiguos temas, como la reforma agraria y la tributación.
Marx le dio predominancia a las relaciones sociales y en particular a la lucha de clases para determinar el rumbo de la historia. Los marxistas enfatizaron las luchas campesinas y sobre todo el enfrentamiento entre el capital y el trabajo como ejes fundamentales del cambio social. En mis primeros trabajos seguí muy de cerca los capítulos históricos de El capital, sobre todo la sección sobre la renta del suelo en el volumen 3, como también el trabajo de Vladimir Lenín El desarrollo del capitalismo en Rusia. Pero otra influencia importante en mi formación fue el marxismo anglosajón de Eric Hobsbawm y Paul Sweezy que absorbieron la tradición empírica y la aplicaron en sus análisis. Al volver a Colombia tuve problemas con mi militancia en un grupo político que se llamó el Bloque Socialista y decidí retirarme, liberándome de la presión radical de la política. Me vi forzado a buscar nuevos horizontes que descubrí en el institucionalismo de Ronald Coase y de Douglass North. La lectura de este último fue una revelación que me llevó a absorber lo que se había hecho en las ciencias sociales en los últimos 20 años. North había sido marxista y pudo combinar esa escuela con la de los institucionalistas norteamericanos como John Commons, entre otros, para dar lugar al llamado nuevo institucionalismo, que fusionó la historia económica con el análisis de las instituciones.
Gracias a los análisis de North y de otros pude complejizar el análisis de la economía más allá de términos de dependencia y de condiciones de acumulación. Igualmente importantes eran la trayectoria histórica de instituciones que, en el caso de América Latina, eran el legado de la colonización hispánica, incluyendo el papel desempeñado por la Iglesia católica. El nuevo institucionalismo entonces permitía un examen de las relaciones sociales, a partir de los derechos de propiedad y su distribución en la sociedad. Sumados todos esos elementos, obteníamos una teoría más general e ilustrativa del desarrollo capitalista bajo nuestras condiciones históricas. Aunque North tenía un sesgo chovinista al asumir la existencia del excepcionalismo norteamericano, revelaba dinámicas que los investigadores latinoamericanos se resistían a analizar, como las oligarquías precapitalistas, el clientelismo, la corrupción y la mala calidad de la administración de justicia. James Robinson, que ha sido tan cercano a Colombia, es precisamente uno de los exponentes de estos análisis complejos que propone el neoinstitucionalismo.
CG: ¿En su opinión, entonces, qué factores son los que principalmente explican el crecimiento económico en Colombia durante el siglo XX?
SK: Medido el crecimiento económico con la referencia al PIB per cápita, la media del crecimiento de Colombia fue del 4,6 por ciento para el siglo XX. Como la tasa a la cual se expandió la población fue del 2,3 por ciento anual, el crecimiento por habitante fue también de 2,3 por ciento. Desafortunadamente, este crecimiento fue insuficiente para absorber a toda la población en edad de trabajar, lo que es evidente en el alto desempleo, el subempleo y la informalidad de más de la mitad de la población.
Aunque ese crecimiento hizo posible reducir la brecha frente a los países desarrollados, no lo hizo de manera tan exitosa como los países que se industrializaron durante la segunda mitad del siglo XX como Corea, Taiwán, Tailandia e Indonesia que crecieron mucho más rápido, jalonados por sus exportaciones a países desarrollados.
Una característica del crecimiento colombiano fue su baja volatilidad relativa, inferior a las de las tres grandes economías latinoamericanas de Argentina, Brasil y México. En un trabajo de los años ochenta, Miguel Urrutia explicaba esta cualidad del desarrollo colombiano como resultado de la falta de populismo en el país, a diferencia de la inestabilidad política y macroeconómica que este produjo en el resto del continente.
El crecimiento de la economía colombiana del siglo XX tuvo dos golpes. Durante el periodo de 1925-1950 cuando la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial ralentizan la economía: se dio entonces una contracción del 2,8 por ciento del PIB. El crecimiento del PIB real se acerca al 5 por ciento en el cuarto de siglo siguiente, pero el crecimiento de la población es grande, entonces cae relativamente el PIB por habitante. La crisis de la deuda latinoamericana durante los ochenta incidió en frenar el crecimiento de Colombia, aunque fue la economía menos afectada de la subregión. La nueva crisis internacional de fin de siglo, sin embargo, sí la afectó severamente, con una contracción de 4,1 por ciento del PIB en 1999.
El periodo de mayor crecimiento económico fue de 1905 a 1924 con un crecimiento del PIB por habitante de 3,4 por ciento anual, y el segundo mejor momento va del año 2000 a 2015 con un aumento del 3,2 por ciento anual. Esto debido al auge mundial de materias primas, con un crecimiento de la población mucho menor y con servicios sociales de amplia cobertura que facilitaron un mayor alcance de la prosperidad. Pero aún así con niveles de desempleo, informalidad y pobreza que afectaron negativamente a más del 60 por ciento de la población, por lo que es claro que el crecimiento colombiano no dio oportunidades de progreso a la mayoría de los ciudadanos del país.
Un elemento fundamental que determina el crecimiento es la productividad de la economía y en este sentido el comportamiento colombiano es pobre. La productividad ha experimentado un declive que surge del rezago agrícola que está siempre por debajo del nivel promedio de la economía. Mientras que la industria es el impulsor en 1960, acusa cansancio en 1980 y vuelve a empujar nuevamente en 1990. El movimiento de la mano de obra del campo a las ciudades explica 24 por ciento del crecimiento en productividad de la economía colombiana, mientras que en Chile el cambio explica 80 por ciento y en Perú el 53 por ciento de los aumentos de productividad.
CG: ¿Puede hablar más sobre el efecto de las commodities en la economía colombiana?
SK: En los años ochenta empieza un proceso de desindustrialización que no sólo refleja el mayor crecimiento de los servicios, como sucede en todas las economías que pasan cierto umbral de crecimiento, sino también una pérdida de competitividad y un proceso de enfermedad holandesa alrededor de la bonanza minero energética. Este fenómeno se inicia en 1982 con el descubrimiento de petróleo en el pozo de Caño Limón y el de Cusiana en 1990.
Otro factor del crecimiento en Colombia ha sido la inversión extranjera en el país. La evolución de la inversión extranjera entre 1947 y 2017 demuestra que el país fue bastante reacio a ella hasta la década de los noventa, lo que explica adicionalmente por qué la economía colombiana creció menos rápido de lo que le hubiera permitido su potencial: porque había agentes externos dispuestos a arriesgar su capital en el país. Ya en el siglo XXI, más de la mitad de la inversión extranjera directa se ha llevado a cabo en el sector minero energético. Todas estas tendencias reflejan un cambio estructural importante en el crecimiento de la economía colombiana: los sectores dinámicos fueron la minería, los hidrocarburos y los biocombustibles, en particular, el etanol y el aceite de palma. En 1978 la minería representaba el 1 por ciento del PIB, pero en 2015 alcanzó el 8 por ciento. Mientras tanto, la industria ocupaba el 22 por ciento del PIB en 1978 y sólo alcanzó el 11 por ciento en 2015.
Sin embargo, el auge propiciado por los altos precios del petróleo y del carbón se derrumbó a partir de 2015, afectando negativamente el crecimiento económico y provocando un aumento del déficit fiscal que obligó al entonces gobierno de Juan Manuel Santos a reducir su gasto, esto en un país donde las exportaciones minero-energéticas llegaron a representar el 60 por ciento del total en el quinquenio 2010-2015, lo cual hace muy dependiente al país de las divisas que se generan por medio de las exportaciones.
CG: ¿Cómo ve la trayectoria de los flujos de inversión extranjera relacionada con esa dependencia que usted describe de las exportaciones de petróleo en Colombia y cómo se relaciona esto con el conflicto de clases interno en el país durante las últimas tres décadas?
SK: Hoy en día las exportaciones de petróleo son un poco más de la mitad de las que hace el país, dando lugar a un superávit que tiene incidencia en la tasa de cambio. Al reevaluarse esta tasa, esto contribuye a que las exportaciones no petroleras pierdan dinamismo y que la rentabilidad de las actividades domésticas se afecte por la competencia de las importaciones. Estamos, por lo tanto, ante un caso de enfermedad holandesa en el que un bien que obtiene una renta en el mercado global contribuye a que el país se especialice más en esa actividad, deteriorando la rentabilidad de otras exportaciones, y más grave, a que la producción doméstica pierda terreno frente a las importaciones.
Los flujos de inversión extranjera no han sido determinantes en el desarrollo del sector petrolero que está dominado por la empresa estatal Ecopetrol. Las empresas extranjeras hacen exploración y explotan sus hallazgos más rentables, pero revierten al Estado, después de ciertos plazos, sus activos físicos y Ecopetrol se encarga de su explotación subsecuente.
El impacto sobre la estructura de clases en el país no ha sido grande porque se trata de un sector muy intensivo en capital que genera poco empleo. El sindicato de Ecopetrol, la Unión Sindical Obrera, ha mantenido posiciones nacionalistas pero estas no se han diseminado ampliamente en un país donde la clase obrera que labora en grandes empresas es relativamente pequeña. Los grupos guerrilleros como el ELN tienen programas nacionalistas, pero su presencia es relativamente marginal y no afectan mucho la producción, aunque frecuentemente bombardean los oleoductos que llevan el petróleo a los puertos para su exportación y los suspenden a cambio de subsidios oficiales.
CG: Explique un poco su diagnóstico sobre economía agraria y desarrollo y su diagnóstico del “rezago agrícola” que ha afectado la productividad económica colombiana?
SK: En este campo, junto a Enrique López, pude mostrar que el desarrollo de la agricultura colombiana ha sido lento y tortuoso en parte por derechos de propiedad extensivos, ineficientes y difíciles de justificar. Aunque después de La Violencia de los años cincuenta se hizo una política explícita de reforma agraria durante el Frente Nacional para dar paso a enfoques de mercado, crédito y tecnología que buscaban la modernización de las explotaciones campesinas, estas no afectaron sustancialmente la distribución de la tierra. En resumen, el desarrollo agrícola a lo largo del siglo XX ha sido desigual, combinando fuertes expansiones después de 1930, una aceleración sostenida desde la segunda posguerra hasta la década de 1980 y un relativo estancamiento de allí en adelante, pues el crecimiento de la agricultura en el siglo XXI es mediocre. 8.
Colombia tiene una distribución de la propiedad agrícola muy desigual, un Gini de 0,56, algo que se ha modificado levemente con el desarrollo y la modernización del sector. El café fue el producto estrella desde los años treinta del siglo XX y ha mantenido su calidad y presencia en los mercados internacionales. Las flores, la carne bovina, el cacao, el arroz, el mango, la papa, la leche y sus derivados, el aguacate Hass y la tilapia y lograron ventas al exterior por más de US$10,000 millones en 2022.
La población ocupada en el sector rural fue de 6.3 millones de campesinos (39 por ciento) frente a 16.1 millones de población no campesina, así que se puede hablar de un proceso de urbanización del campo. Según el experto Santiago Perry,
“En las áreas rurales colombianas viven 11.838.032 de personas, el 26 por ciento de la población nacional. El 62 por ciento de ellos, es decir, 7.351.418 de personas, vive en la pobreza, y el 21 por ciento de la población rural – 2.545.177 personas – vive en pobreza extrema o indigencia. De manera que cerca de las dos terceras partes de los moradores rurales son pobres y más de la tercera parte de los pobres rurales se halla en la indigencia.”
El gobierno de Gustavo Petro ha propuesto hacer una reforma agraria, pero los cambios frecuentes en la dirección política del sector, que ha cambiado de ministro de Agricultura tres veces en dos años, han incidido en retrasar los planes oficiales de avanzar y de adquirir tres millones de hectáreas, de las cuales solo ha comprado 180,000 hectáreas a la fecha.
CG: Finalmente, ¿cómo evalúa usted el estado del crecimiento económico durante los dos años que se cumplen del mandato del Gobierno Petro?
SK: En cuanto al tema más general sobre el crecimiento de la economía nacional, medido solamente en términos del PIB, esta ha crecido sólo un 0,7 por ciento en el primer trimestre de 2024. En 2023, la economía creció menos del 1 por ciento por el impacto negativo que tuvo la caída de las exportaciones de un 13 por ciento: las exportaciones que alcanzaron casi $57 mil millones de dólares en 2022 terminaron en $49.500 millones de dólares en 2023, debido a la caída en el precio del petróleo cuyas exportaciones representan más de la mitad del total exportado. Frente al crecimiento del producto mundial, que fue de 2,4 por ciento, y el de Estados Unidos, de 2,5 por ciento, las cifras de Colombia no se ven alentadoras.
Durante la totalidad de la administración de Gustavo Petro la economía ha crecido en promedio 0,8 por ciento por seis trimestres, de los cuales el tercero de 2023 fue de contracción: -0,6 por ciento. Se trata, en suma, de un crecimiento mediocre, porque el crecimiento de Colombia ha estado históricamente por encima del 4 por ciento anual.
En cuanto a la balanza de la cuenta corriente con el exterior, ésta es negativa y se ha agravado: de -2,7 por ciento del PIB en 2023 se proyecta que será -3,1 por ciento en 2024, lo que significa un desvío de la demanda hacia bienes y servicios del exterior, siendo parte de la razón del bajo crecimiento de la economía. Podemos augurar para el futuro, en lo que resta de su gobierno, que la economía colombiana crecerá entre 1 y 1,5 por ciento anualmente en lo que falta del período presidencial, lo que supone un cuatrienio perdido para el desarrollo integral del país.
Sin embargo, el problema del crecimiento no es solamente en Colombia. El bajo crecimiento económico se ha tomado a América Latina. La Cepal calcula que la región crecerá 1,9 por ciento en 2024, aunque Colombia estará por debajo de ese umbral con solo 0,6 por ciento de crecimiento, un tercio del promedio latinoamericano. Ello tiene que ver con el mal momento que experimentan las commodities en que se especializa el continente, aunque el petróleo escapa esa condición y se cotiza por encima de los $80 dólares el barril. Colombia no debería tener problemas de comercio internacionales, pero lo cierto es que no hay una política económica que fomente el desarrollo de las empresas que son percibidas con hostilidad.
La reforma tributaria de 2022 afectó más a las empresas que a sus dueños y ha sido uno de los factores que explican el bajo crecimiento económico. Asimismo, la incertidumbre que surge de las políticas de la administración ponen en compás de espera las decisiones de invertir. Es también resultado de la lluvia de reformas que en sí mismas no parecen nocivas, pero son miradas con desconfianza por los agentes económicos en medio de discusiones interminables. Aunque el gasto público ha sido muy grande y ha generado un déficit fiscal de 5,6 por ciento del PIB, no ha sido suficiente para impulsar el crecimiento, pues la inversión no despega y por el contrario ha caído cerca del 15 por ciento.
Colombia, como hemos dicho, tiene una alta dependencia de las exportaciones de petróleo, lo que se evidencia en los ciclos de auge y bajas de sus cotizaciones que generan revaluaciones o devaluaciones bruscas de la moneda nacional, que perturban los equilibrios fundamentales de la economía. Cuando los precios están en auge impiden el desarrollo de exportaciones intensivas en mano de obra y cuando colapsan generan déficits fiscales que impiden que se ejecuten políticas contracíclicas.
Justo este momento es uno que ha sido favorable para la producción y exportación de combustibles en el país, pero aún así percibo una actitud de brazos caídos entre los empresarios, expectantes sobre el rumbo de las políticas de la administración Petro.
Salomón Kalmanovitz, Economía y nación, Una breve historia de Colombia. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1988.
↩Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Medellín: Editorial La Oveja Negra. 1969. Pág: 14.
↩Ibid. Pág: 29.
↩Salomón Kalmanovitz, “Crítica a una teoría de la dependencia: A propósito de Arrubla” 1973, Pág. 20.
↩Mario Arrubla. “A propósito de Kalmanovitz. Los Estudios sobre el subdesarrollo colombiano y el ensayo a propósito de Arrubla” Al Margen. No. 11, septiembre de 2004. pág. 94.
↩Mario Arrubla. “A propósito de Kalmanovitz. Los Estudios sobre el subdesarrollo colombiano y el ensayo a propósito de Arrubla” Al Margen. No. 11, septiembre de 2004. pág. 104.
↩Salomón Kalmanovitz. “La cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos” en Historia Crítica. Febrero de 2004.
↩Salomón Kalmanovitz. Breve historia económica de Colombia. Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, pág 261.
↩
Archivado bajo